De nuevo
atravieso las baldosas anaranjadas de la pasarela. Llego al adosado número
cuatro – donde vivo – y saco las llaves para meterlas en la puerta.
Entro y, en
ese instante, escucho el eco de la televisión descendiente de la cocina, a la
derecha de donde me encontraba yo en ese mismo momento.
-Ya estoy en
casa. – Grito.
Paso y abro
la casita donde guardamos las llaves. Me miro de refilón en el espejo y,
pareciendo mentira, me veo diferente.
Sí.
Diferente.
-Hola,
cielo. – Me dice mi padre.
Se acerca a
mí y, como de costumbre, me besa la frente.
Dejo la
mochila en un rincón del pasillo y entro directa a la cocina. Instantáneamente
me rodea un olor a horno. A pollo cocinado con conciencia.
La mesa que
está justo en una de las paredes de la cocina está puesta, con sus respectivos
platos, vasos y cubiertos.
Mi padre se
sienta en su silla y da un trago grande a su vaso mientras espera a que el
horno avise de que la comida está lista.
-¿Cómo te ha
ido el día? – Me pregunta.
Encojo mis
hombros y le miro, indecisa. ¿Qué le contesto?
-Bien. –
Digo, algo seca.
El arquea
una ceja intuyendo que miento.
-¿Recuerdas
qué día es hoy? – Pregunta.
Me quedo
helada cuando escucho a mi padre preguntarme esto. Ningún otro año me lo había
preguntado, ¿Por qué este sí?
-Claro que
me acuerdo. – Le digo, enfadada.
El hombre se
arrepiente por un momento de haberme preguntado algo tan cruel, pero yo no le
culpo.
-¿Has leído
el correo? – Pregunto, intentando salir del incómodo momento.
-No. –
Niega, dando pequeños sorbos a su bebida.
Cojo las
cartas de encima de la mesa y las voy revisando una a una. “Chad Miller” como
encabezamiento. El nombre de mi padre.
-¿Muchas
facturas? – Pregunta, sin retirar la mirada de la televisión.
Asiento.
-Menuda
mierda. – Dice.
Giro mi
labio y creo que eso tampoco era buena idea. Le agobio, y no quiero.
El sonido
del horno nos avisa que la comida ya está lista. Mi padre se pone de pie como
un rayo y abre el electrodoméstico para servirnos la comida.
Mi padre y
yo vivimos solos desde hace un tiempo. Desde entonces, la situación nos ha
alejado pero unido a la vez. Yo me siento distante y fría y él lo único que
quiere es acercarse a mí. Mis muros y mis complejos no se lo permiten, y sé que
eso a él le hace daño.
Minutos
después de servir la comida, nos encontramos ambos peleando con nuestros
cubiertos y partiendo ese delicioso pollo que ha hecho mi padre.
-Siento si
la pregunta de antes ha sido… algo impertinente.
Pestañeo un
par de veces y miro al plato.
-No te
preocupes. – Consigo decir.
-Siento que
todo esto me queda tan grande desde que ella no está… Siento que se me escapa
todo de las manos y no puedo hacer nada, ______.
Le miro con
los ojos llenos de tensión y veo como ha soltado los cubiertos y ha entrelazado
sus manos para ponerlas en su barbilla. Su mandíbula está apretada y creo que
va a romper a llorar.
No sé qué
decirle. Nunca se me ha dado bien calmar a las personas, ni siquiera sé
calmarme a mí misma.
-Todo irá a
mejor. – Le digo.
Mi tono no
suena convincente. Obviamente no es momento para decir que esto mejorará. No lo
hará. Es imposible.
El hombre
retira la silla y se pone en pie, cargando en sus manos el plato de comida que
ni siquiera ha probado.
Le observo
cautelosamente y veo como se acerca a la encimera de la cocina para dejar el
plato.
Apoya sus
manos en ella y me da la espalda.
-Sé que tú
no tienes la culpa de nada de esto, y sé que tú tienes tus propios problemas…
Lo siento. – Me dice.
Suelto mis
cubiertos y el nudo de mi garganta se hace más grande.
Me pongo de
pie y me acerco a él. Solo me sale abrazarle y enredarme en sus brazos para calmarme. Siento como algo en su pecho estalla, quizás está rompiendo a llorar.
-Siempre
estaré contigo, papá. – Le digo.
-Y es lo
único por lo que sigo aquí, cielo.
Quizás,
entre lágrimas, me da un beso en el pelo y absorbe con la nariz. Se deshace del
abrazo y abandona la cocina. No sé a dónde irá.
De nuevo me
siento sola, aun que esa sensación ya no es tan extraña para mí.
Se me ha
quitado el apetito, así que dejo todo como está y subo a mi habitación. Lo
primero que hago es observar la foto de ella que adorna toda mi habitación. Su
sonrisa y su pelo dorado y ondulado, sus brazos abrazándome y haciéndome sentir
protegida. Esa protección que no he encontrado en nadie más desde entonces.
Me tumbo en
la cama y miro al techo. Sólo consigo preguntarme por qué no puedo ser como las
demás chicas. Sin problemas y con ganas de vivir. Con amigos y con gente que
pudiese ayudarte a ser algo que signifique, que cuente. Alguien que haga cosas
que influencien positivamente a los demás, y no solo negativamente.
Mis ojos
empiezan a soltar lágrimas y me tumbo sobre mi costado, con las manos metidas
bajo la almohada.
Me miro al espejo que veo enfrente de mí, y ya no me veo
diferente. Me sigo viendo a mí. La triste y apenada _____ Miller, adolescente y
estudiante de algo que ni siquiera sabe cómo sacar fuerzas para adelantar.
***
-_____,
______.
Una voz
masculina agita mi cuerpo como un brusco y temible terremoto. Mis ojos se abren
poco a poco y me estiro cuidadosamente. Mis puños se aprietan y, cuando subo la
mirada, veo que mi padre está en el borde de la cama, con un gesto más amable y
mirándome con una sonrisa, débil.
Ahora caigo
en la cuenta de que me dormí.
-Siento
despertarte. – Me dice, susurrando.
Me levanto
cautelosamente y me siento en la cama, mirándole a él.
-¿Qué hora
es? – Pregunto.
-Las cinco.
Sacudo mi cabeza
e intento despejarme algo más.
-¿Vamos a
algún sitio? – Pregunto.
-Yo no. Tú,
quizás.
Frunzo el
ceño y por fin veo una completa sonrisa en el rostro de mi padre hoy.
-¿Por qué
dices eso? – Pregunto.
-Hay un
chico abajo, pregunta por ti. – Me informa.
Miro al
techo y me sorprendo. Un pequeño tronco parece golpear mi estómago. ¿Quién
habrá venido a verme? ¿A mí?
-¿Hay algo
que deba saber? – Pregunta mi padre, algo juguetón.
Abro mis
ojos, frunzo el ceño, y niego bruscamente con la cabeza.
-¡No! –
Acompaño exclamando.
El hombre
suelta una pequeña carcajada y me abraza. Sigue siendo más alto que yo y me
siento reconfortada con él.
-Vamos, ve
con él. No creo que quiera estar esperando mucho más rato.
Asiento y me
bajo de la cama deshaciéndome de su abrazo. Le sonrío y salgo al pasillo, el
cual me conduce a las escaleras que bajo algo adormilada aún, y pensando en
quién puede ser quien haya venido a buscarme.¡A buscarme, a mí!
Llego al
último peldaño y miro hacia la esquina del cuadrado pasillo. La puerta está al
lado del espejo que tiene el armario de la entrada. Veo una silueta unos
cuantos centímetros más alta que yo. Su pelo castaño y perfectamente peinado me
hace acongojarme. Su sonrisa es débil pero marcada, no llega a enseñar sus
dientes. Su cara de inocente me llama la atención, y sobre todo cuando veo que
está dentro de mi casa, en mi pasillo.
Me quedo
quieta sin poder bajar el último peldaño.
Ahora sonríe
con más fuerza y yo arqueo mis cejas sin entender muy bien qué debo hacer. Sólo
sé que tengo que hacer algo para no quedar en ridículo.
-Hola. –
Decide decirme él, sin quitar la sonrisa de su cara.
-H-hola. –
Contesto yo.
El chico se
acerca a mí y su aroma a limpio me envuelve como algo que se aferra a mí y no
tiene intención de desplazarse más de diez metros.
-¿Qué haces
aquí? – Pregunto.
-Solo vine a
buscarte. – Contesta.
Ladeo mi
cabeza, sigo sin entenderlo.
-¿Quieres ir
a tomar algo? Así te puedo explicar. - Me propone.
Los pasos de
mi padre se escuchan bajar las escaleras, pero se queda parado cuando nos ve
uno enfrente del otro en el último peldaño.
-Pensé que
ya os habíais ido. – Dice.
Bajo de un
salto el último peldaño que me quedaba y me pongo al lado de Liam, haciendo que
los centímetros que me sacaba, se notasen ahora más.
El hombre
termina de bajar las escaleras y me dedica una sonrisa cómplice, quedándose un
momento a mi lado.
-¿No me vas
a presentar? – Pregunta mi padre.
Le miro y
abro automáticamente mis ojos.
-Pensé que
ya lo habríais hecho. – Contesto.
-Solo me
dijo que es tu compañero.
Miro al chico
que gira el labio arrepentido. De nuevo llevo los ojos a los de mi padre y
sacudo mi cabeza para desbloquearme.
-Él es Liam.
– Le digo. – Mi nuevo compañero de clase.
El chico
hace un gesto con la cabeza y mi padre le sonríe.
-Y, Liam. Él
es mi padre; Chad Miller.
Liam
ensancha la mano a mi padre y el hombre se la coge amable. Ambos se saludan y
yo observo todo desde un ángulo inferior.
¡¿Qué
diablos hace Liam en mi casa, conociendo a mi padre?!
-Le dije a
_____ que si le apetecía salir a tomar algo. – Informa Liam.
-Sí, me
parece buena idea. – Contesta mi padre.
Ambos me
miran y yo encojo mis hombros.
-Pues no hay
más que hablar. Tú te vienes conmigo.
Las manos de
Liam se posan en mis hombros y me incita a caminar por todo mi pasillo hasta
llegar a la puerta de salida.
-No llegues
muy tarde. – Me dice mi padre en tono irónico.
-Claro. –
Contesto, cuando ya habíamos atravesado algo de la pasarela exterior.
Sigo siendo
conducida por las manos de Liam en mis hombros, y por los apresurados pasos que
él me hace dar.
-Vale, vale.
– Digo. – No me voy a escapar.
El chico
suelta mis hombros y me parece escuchar que ríe.
Segundos
después, se pone a mi lado izquierdo y mete las manos en los bolsillos de su
pantalón.
-Sólo quería
asegurarme. – Contesta.
Le miro y un
escalofrío se apodera de mí, aferrándose junto al aroma. Su sonrisa es tan
potente que me hace sentirme débil, más de lo que ya lo soy.
-No me iré.
– Murmuro.
El chico
sonríe.
-¿Cómo
diablos me has encontrado? – Pregunto.
-Prefiero no
decírtelo hasta que no lleguemos a la cafetería. No quiero que te escapes.
-No lo voy a hacer. Ya te lo he dicho. – Digo, seria.
-Soy de las
personas que prefieren prevenir.
Le miro
frunciendo el ceño y me extraño.
-¡Vamos! –
Exclama.
***
Tras unos
diez, quince minutos caminando entre las demás casas de mi manzana, salimos a
una calle en la que, al fondo, se ve un gran centro comercial. El que siempre
veo desde el autobús antes de ir a clase y al que siempre voy a comprar.
Ambos
continuamos caminando hasta que entramos dentro, cosa que agradezco. El frío en
el exterior estaba empezando a ser insoportable, y algo de calor artificial no
me viene mal.
-Bien. – Dice.
Continúo andando sin darme cuenta de que él se ha parado en la entrada, pasos más
atrás que yo.
Me giro
rápidamente y le veo con una sonrisa impecable.
-¿Ves como
te quieres escapar? – Me pregunta desde donde está.
Niego con la
cabeza mientras me acerco a él.
-¡No! – Me
quejo. – Tú te has parado en seco.
-Quizás es
porque aquí está el cartel de las cafeterías que hay. – Dice.
Miro hacia
donde me indica y veo ocho nombres de cafeterías y restaurantes que están en el
interior del centro comercial.
-Elige. – Me
exige.
-Bueno… yo
la verdad, nunca he ido a ninguna. – Contesto.
-Bien.
Elige.
-Liam, te
estoy diciendo que no sé cual será mejor, tampoco tengo mucho dinero.
-Yo sí.
¡Elige!
La
exclamación e insistencia del chico me hace intimidarme. Desvío la mirada de
sus ojos hacia el cartel de nuevo y me decido por el tercer nombre. “Time &
Coffe”
-Ese. – Digo
señalándole.
-Buena
elección, señorita. Vamos.
De nuevo su
apresurado paso me hace casi sacar la lengua para no perder su ritmo.
No tardamos
ni cinco minutos en llegar a la puerta de la cafetería, la cual está en un local con
cristales transparentes, donde se puede apreciar en el interior una decoración
en tonos marrones y perfectamente rústica. Las mesas y sillas son de madera y
las paredes están pintadas color café.
-¿Pasas? –
Me pregunta Liam.
Asiento con
la cabeza y él pone su mano en mi espalda para permitirme el paso primero.
Observo,
como de costumbre, todo mí alrededor, y escucho el sonido inquietante de los
platos chocando – típico de cafeterías. - la gente que está charlando y la televisión con un canal de música de fondo.
-¿Te viene
bien aquel sitio? – Me pregunta.
Observo lo
que me indica y veo una mesa de dos, al lado de un ventanal desde el cual se ve
el interior del centro comercial.
-Sí. –
Contesto.
El chico
sonríe y emprende camino hacia ahí.
Nos sentamos
uno en frente del otro, esperando a que vengan a tomarnos nota.
-Y bien. –
Le digo. - ¿Cómo me has encontrado?
El chico se
acomoda en la silla y sonríe mirándome. Creo que ya es imposible que se asuste
de mí.
-El señor
Burton te ordenó hacer algo que tú no cumpliste. – Dice. – Mi deber era
aprenderme el instituto de memoria para que mañana cuando me pregunte dónde
está el despacho del director, no tarde ni cinco segundos en contestarle.
Ladeo mi
labio y continúo escuchándole.
-Y tú
dijiste que no querías, lo tuve que hacer por mi cuenta.
-No intentes
hacerme sentir culpable. – Le interrumpo.
-No lo
intento, ______.
-¿Entonces?
-Sólo me
preguntaste como te encontré, yo te lo estoy contando.
-Bien,
continúa.
-Empecé a
examinar el instituto yo solo, y di con la sala de dirección. Llamé un par de
veces a la puerta y no contestaron. Entré y me invadió un olor a incienso que
me llamó la atención. Y entré.
-Buenas
tardes. – Nos interrumpen.
Miro hacia arriba y veo que es el camarero.
-Buenas
tardes. – Decimos a unísono.
-¿Han
decidido qué van a tomar? – Pregunta.
-Tomaré un
café con la mitad de café y mitad de leche, con dos sobres de azúcar y un poco
de espuma arriba, por favor. – Dice Liam mientras el camarero toma nota.
-¿Y usted,
señorita?
Pestañeo un
par de veces dándome cuenta de que estaba perdida entre las notas tan armónicas
que acababa de pronunciar Liam.
-Tomaré lo
mismo. – Contesto. – Gracias.
El hombre
hizo un gesto de amabilidad y se retiró.
-¿Te ha
gustado? – Pregunta.
-¿El qué?
-Siempre
pido el café algo peculiar, a nadie le suele gustar. Siempre me dicen que está
muy dulce.
-La verdad,
no soy experta en degustar cafés. – Contesto. - Nunca lo he probado así.
El chico
sonríe y sacude su cabeza.
-Bien,
continúa. – Exijo.
-Sí. –
Contesta. – Entré al despacho del director y eché un vistazo. Los muebles
desprendían un curioso olor a madera y la alfombra en mosaicos rojos y verdes
me llamó la atención. No me imaginaba que un colegio tan moderno pudiera tener
un despacho tan… clásico y antiguo.
Frunzo el
ceño y le miro despistada. ¿Está yéndose por las ramas o…?
-Continué
examinándole y llegué al escritorio donde seguramente el director reciba a las
familias o alumnos. Había un montón de papeles encima de la mesa y comprendí
que estaría organizando algo. La curiosidad me pudo y empecé a ojearlo. La
buena suerte estuvo de mi lado, y en uno de los papeles estaba toda tu
información académica junto a tus datos básicos. Me apunté tu dirección y aquí
me tienes.
Mi boca se
entreabre y me quedo mirando sorprendida a Liam. No entiendo cómo diablos ha
tenido tanta picardía para descubrir dónde vivo. O, quizás, cómo él ha dicho, simplemente haya sido suerte.
-Vaya… -
Musito.
El camarero
aparece en la esquina de la mesa y nos pone los cafés a cada uno, junto a un
pequeño croissant. Un leve humo que se desprende de la taza se invade y se
aferra de nuevo a mí. Un cumulo de experiencias nuevas están cosiéndose a mi
piel hoy.
-Así que, tú
fuiste la culpable de que no terminase de examinar el instituto entero. – Dice
Liam cuando se aleja el camarero.
Sopla
elegantemente su café y yo le miro embobada.
-¡¿Yo?! –
Exclamo, cuando me doy cuenta de que, sutilmente, me ha atacado.
-Sí, tú. –
Contesta, sonriente.
-¿Por qué
dices eso?
-En cuanto
vi tu dirección vine a buscarte. Así que, mañana deberás enseñarme el resto del
instituto.
-¿Lo dices
enserio?
-Sí, ______.
Da un
pequeño sorbo a su café y parte un cacho de su croissant. Le miro
detenidamente, y de nuevo, me embobo.
-Y, bueno,
¿Qué te gusta hacer? – Pregunta.
-Pues… Me
gusta escuchar música, escribir, leer, y hacer fotos. Me encanta hacer fotos. –
Digo mientras remuevo el café con los dos sobres de azúcar.
-Vaya. A una
persona importante para mí también le encantan las fotos. Se pasa horas
fotografiando todo lo que ve.
-Sí, yo
también lo hago. – Contesto ensimismada.
-¿Algún día
me dejarás ver tus fotos? – Pregunta.
Por un
segundo dejo de mirar el café y removerlo. Paro la cuchara y le miro,
fijamente.
-¿C-cómo? –
Replico.
-Ver tus
fotos.
-B-bueno.
Quizás. No sé. Nunca se las he enseñado a nadie…
-Bien, yo
seré el primero. Seré tu jurado. Prometo ser crítico.
Sonrío. Liam
es muy extrovertido y cercano, todo lo contrario a mí.
-A mí me
encanta la música y componer. Toco la guitarra, el piano y estoy empezando a
tocar la batería. Me encanta todo lo relacionado con la música, la verdad. - Me informa.
Arqueo mis
cejas sorprendida y continúo removiendo la cuchara en mi café.
-Vaya.
¿Escribes canciones? – Pregunto.
-Sí. Sí lo
hago.
-¿Me
enseñarás alguna?
-Nunca se
las he enseñado a nadie. – Dice metiéndose un cacho de bollo en la boca. – Son
muy personales.
Abro mi boca
con una media sonrisa y le lanzo una mirada acusadora.
-¡Liam! – Le
regaño.
El chico
levanta su mirada del café mientras mastica y me mira, sin saber por qué le he
gritado.
-No es
justo. – Digo, refunfuñando.
-¿El qué no
es justo? – Pregunta, perdido.
-Yo te
enseño mis fotos si tú me enseñas alguna de tus canciones.
El chico
traga y, acto seguido, sonríe tímidamente.
-Déjame
pensarlo.
Sonrío
mientras que él continúa mojando el bollo en el café y disfrutándolo.
Me doy
cuenta de que hace escasas horas que le conozco, pero sin embargo, ha sido con
la única persona desde hace años que me siento libre y yo misma. Me siento abierta y sin ningún tipo de complejos – por muy extraño que parezca.-
Ha sido con
la única persona, que me ha hecho pensar que tal día como hoy, no es tan malo
como podría haber llegado a ser.
Seguila!!! porfa que me encanta :3
ResponderEliminarQue bonito el cap :3 me gusta la actitud de Liam:)
ResponderEliminares genial !! me encanta :) oyoyo liam jiiji bss guapaaa
ResponderEliminarPermiteme llorar, tia.. es que parece que de verdad Liam ha venido a mi casa, me ha cogido por los hombros y me ha llevado a un cafe. Suena tan.. real. Es cuestion de imaginarlo y me encanta. Es que es tan caballeroso y muero, de amooorr!! ahaha Me encanta y lo de las fotos tambn es la pera limonera, y q el compone y awwww..!!!
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