miércoles, 20 de noviembre de 2013

Capítulo 3.

De nuevo atravieso las baldosas anaranjadas de la pasarela. Llego al adosado número cuatro – donde vivo – y saco las llaves para meterlas en la puerta.

Entro y, en ese instante, escucho el eco de la televisión descendiente de la cocina, a la derecha de donde me encontraba yo en ese mismo momento.

-Ya estoy en casa. – Grito.

Paso y abro la casita donde guardamos las llaves. Me miro de refilón en el espejo y, pareciendo mentira, me veo diferente.

Sí. Diferente.

-Hola, cielo. – Me dice mi padre.

Se acerca a mí y, como de costumbre, me besa la frente.

Dejo la mochila en un rincón del pasillo y entro directa a la cocina. Instantáneamente me rodea un olor a horno. A pollo cocinado con conciencia.

La mesa que está justo en una de las paredes de la cocina está puesta, con sus respectivos platos, vasos y cubiertos.

Mi padre se sienta en su silla y da un trago grande a su vaso mientras espera a que el horno avise de que la comida está lista.

-¿Cómo te ha ido el día? – Me pregunta.

Encojo mis hombros y le miro, indecisa. ¿Qué le contesto?

-Bien. – Digo, algo seca.

El arquea una ceja intuyendo que miento.

-¿Recuerdas qué día es hoy? – Pregunta.

Me quedo helada cuando escucho a mi padre preguntarme esto. Ningún otro año me lo había preguntado, ¿Por qué este sí?

-Claro que me acuerdo. – Le digo, enfadada.

El hombre se arrepiente por un momento de haberme preguntado algo tan cruel, pero yo no le culpo.

-¿Has leído el correo? – Pregunto, intentando salir del incómodo momento.
-No. – Niega, dando pequeños sorbos a su bebida.

Cojo las cartas de encima de la mesa y las voy revisando una a una. “Chad Miller” como encabezamiento. El nombre de mi padre.

-¿Muchas facturas? – Pregunta, sin retirar la mirada de la televisión.

Asiento.

-Menuda mierda. – Dice.

Giro mi labio y creo que eso tampoco era buena idea. Le agobio, y no quiero.

El sonido del horno nos avisa que la comida ya está lista. Mi padre se pone de pie como un rayo y abre el electrodoméstico para servirnos la comida.

Mi padre y yo vivimos solos desde hace un tiempo. Desde entonces, la situación nos ha alejado pero unido a la vez. Yo me siento distante y fría y él lo único que quiere es acercarse a mí. Mis muros y mis complejos no se lo permiten, y sé que eso a él le hace daño.

Minutos después de servir la comida, nos encontramos ambos peleando con nuestros cubiertos y partiendo ese delicioso pollo que ha hecho mi padre.

-Siento si la pregunta de antes ha sido… algo impertinente.

Pestañeo un par de veces y miro al plato.

-No te preocupes. – Consigo decir.
-Siento que todo esto me queda tan grande desde que ella no está… Siento que se me escapa todo de las manos y no puedo hacer nada, ______.

Le miro con los ojos llenos de tensión y veo como ha soltado los cubiertos y ha entrelazado sus manos para ponerlas en su barbilla. Su mandíbula está apretada y creo que va a romper a llorar.

No sé qué decirle. Nunca se me ha dado bien calmar a las personas, ni siquiera sé calmarme a mí misma.

-Todo irá a mejor. – Le digo.

Mi tono no suena convincente. Obviamente no es momento para decir que esto mejorará. No lo hará. Es imposible.

El hombre retira la silla y se pone en pie, cargando en sus manos el plato de comida que ni siquiera ha probado.

Le observo cautelosamente y veo como se acerca a la encimera de la cocina para dejar el plato.

Apoya sus manos en ella y me da la espalda.

-Sé que tú no tienes la culpa de nada de esto, y sé que tú tienes tus propios problemas… Lo siento. – Me dice.

Suelto mis cubiertos y el nudo de mi garganta se hace más grande.

Me pongo de pie y me acerco a él. Solo me sale abrazarle y enredarme en sus brazos para calmarme. Siento como algo en su pecho estalla, quizás está rompiendo a llorar.

-Siempre estaré contigo, papá. – Le digo.
-Y es lo único por lo que sigo aquí, cielo.

Quizás, entre lágrimas, me da un beso en el pelo y absorbe con la nariz. Se deshace del abrazo y abandona la cocina. No sé a dónde irá.

De nuevo me siento sola, aun que esa sensación ya no es tan extraña para mí.

Se me ha quitado el apetito, así que dejo todo como está y subo a mi habitación. Lo primero que hago es observar la foto de ella que adorna toda mi habitación. Su sonrisa y su pelo dorado y ondulado, sus brazos abrazándome y haciéndome sentir protegida. Esa protección que no he encontrado en nadie más desde entonces.

Me tumbo en la cama y miro al techo. Sólo consigo preguntarme por qué no puedo ser como las demás chicas. Sin problemas y con ganas de vivir. Con amigos y con gente que pudiese ayudarte a ser algo que signifique, que cuente. Alguien que haga cosas que influencien positivamente a los demás, y no solo negativamente.

Mis ojos empiezan a soltar lágrimas y me tumbo sobre mi costado, con las manos metidas bajo la almohada. 

Me miro al espejo que veo enfrente de mí, y ya no me veo diferente. Me sigo viendo a mí. La triste y apenada _____ Miller, adolescente y estudiante de algo que ni siquiera sabe cómo sacar fuerzas para adelantar.

***

-_____, ______.

Una voz masculina agita mi cuerpo como un brusco y temible terremoto. Mis ojos se abren poco a poco y me estiro cuidadosamente. Mis puños se aprietan y, cuando subo la mirada, veo que mi padre está en el borde de la cama, con un gesto más amable y mirándome con una sonrisa, débil.

Ahora caigo en la cuenta de que me dormí.

-Siento despertarte. – Me dice, susurrando.

Me levanto cautelosamente y me siento en la cama, mirándole a él.

-¿Qué hora es? – Pregunto.
-Las cinco.

Sacudo mi cabeza e intento despejarme algo más.

-¿Vamos a algún sitio? – Pregunto.
-Yo no. Tú, quizás.

Frunzo el ceño y por fin veo una completa sonrisa en el rostro de mi padre hoy.

-¿Por qué dices eso? – Pregunto.
-Hay un chico abajo, pregunta por ti. – Me informa.

Miro al techo y me sorprendo. Un pequeño tronco parece golpear mi estómago. ¿Quién habrá venido a verme? ¿A mí?

-¿Hay algo que deba saber? – Pregunta mi padre, algo juguetón.

Abro mis ojos, frunzo el ceño, y niego bruscamente con la cabeza.

-¡No! – Acompaño exclamando.

El hombre suelta una pequeña carcajada y me abraza. Sigue siendo más alto que yo y me siento reconfortada con él.

-Vamos, ve con él. No creo que quiera estar esperando mucho más rato.

Asiento y me bajo de la cama deshaciéndome de su abrazo. Le sonrío y salgo al pasillo, el cual me conduce a las escaleras que bajo algo adormilada aún, y pensando en quién puede ser quien haya venido a buscarme.¡A buscarme, a mí!

Llego al último peldaño y miro hacia la esquina del cuadrado pasillo. La puerta está al lado del espejo que tiene el armario de la entrada. Veo una silueta unos cuantos centímetros más alta que yo. Su pelo castaño y perfectamente peinado me hace acongojarme. Su sonrisa es débil pero marcada, no llega a enseñar sus dientes. Su cara de inocente me llama la atención, y sobre todo cuando veo que está dentro de mi casa, en mi pasillo.

Me quedo quieta sin poder bajar el último peldaño.

Ahora sonríe con más fuerza y yo arqueo mis cejas sin entender muy bien qué debo hacer. Sólo sé que tengo que hacer algo para no quedar en ridículo.

-Hola. – Decide decirme él, sin quitar la sonrisa de su cara.
-H-hola. – Contesto yo.

El chico se acerca a mí y su aroma a limpio me envuelve como algo que se aferra a mí y no tiene intención de desplazarse más de diez metros.

-¿Qué haces aquí? – Pregunto.
-Solo vine a buscarte. – Contesta.

Ladeo mi cabeza, sigo sin entenderlo.

-¿Quieres ir a tomar algo? Así te puedo explicar. - Me propone.

Los pasos de mi padre se escuchan bajar las escaleras, pero se queda parado cuando nos ve uno enfrente del otro en el último peldaño.

-Pensé que ya os habíais ido. – Dice.

Bajo de un salto el último peldaño que me quedaba y me pongo al lado de Liam, haciendo que los centímetros que me sacaba, se notasen ahora más.

El hombre termina de bajar las escaleras y me dedica una sonrisa cómplice, quedándose un momento a mi lado.

-¿No me vas a presentar? – Pregunta mi padre.

Le miro y abro automáticamente mis ojos.

-Pensé que ya lo habríais hecho. – Contesto.
-Solo me dijo que es tu compañero.

Miro al chico que gira el labio arrepentido. De nuevo llevo los ojos a los de mi padre y sacudo mi cabeza para desbloquearme.

-Él es Liam. – Le digo. – Mi nuevo compañero de clase.

El chico hace un gesto con la cabeza y mi padre le sonríe.

-Y, Liam. Él es mi padre; Chad Miller.

Liam ensancha la mano a mi padre y el hombre se la coge amable. Ambos se saludan y yo observo todo desde un ángulo inferior.

¡¿Qué diablos hace Liam en mi casa, conociendo a mi padre?!

-Le dije a _____ que si le apetecía salir a tomar algo. – Informa Liam.
-Sí, me parece buena idea. – Contesta mi padre.

Ambos me miran y yo encojo mis hombros.

-Pues no hay más que hablar. Tú te vienes conmigo.

Las manos de Liam se posan en mis hombros y me incita a caminar por todo mi pasillo hasta llegar a la puerta de salida.

-No llegues muy tarde. – Me dice mi padre en tono irónico.
-Claro. – Contesto, cuando ya habíamos atravesado algo de la pasarela exterior.

Sigo siendo conducida por las manos de Liam en mis hombros, y por los apresurados pasos que él me hace dar.

-Vale, vale. – Digo. – No me voy a escapar.

El chico suelta mis hombros y me parece escuchar que ríe.

Segundos después, se pone a mi lado izquierdo y mete las manos en los bolsillos de su pantalón.

-Sólo quería asegurarme. – Contesta.

Le miro y un escalofrío se apodera de mí, aferrándose junto al aroma. Su sonrisa es tan potente que me hace sentirme débil, más de lo que ya lo soy.

-No me iré. – Murmuro.

El chico sonríe.

-¿Cómo diablos me has encontrado? – Pregunto.
-Prefiero no decírtelo hasta que no lleguemos a la cafetería. No quiero que te escapes.
-No lo voy a hacer. Ya te lo he dicho. – Digo, seria.
-Soy de las personas que prefieren prevenir.

Le miro frunciendo el ceño y me extraño.

-¡Vamos! – Exclama.
***

Tras unos diez, quince minutos caminando entre las demás casas de mi manzana, salimos a una calle en la que, al fondo, se ve un gran centro comercial. El que siempre veo desde el autobús antes de ir a clase y al que siempre voy a comprar.

Ambos continuamos caminando hasta que entramos dentro, cosa que agradezco. El frío en el exterior estaba empezando a ser insoportable, y algo de calor artificial no me viene mal.

-Bien. – Dice.

Continúo andando sin darme cuenta de que él se ha parado en la entrada, pasos más atrás que yo.

Me giro rápidamente y le veo con una sonrisa impecable.

-¿Ves como te quieres escapar? – Me pregunta desde donde está.

Niego con la cabeza mientras me acerco a él.

-¡No! – Me quejo. – Tú te has parado en seco.
-Quizás es porque aquí está el cartel de las cafeterías que hay.  – Dice.

Miro hacia donde me indica y veo ocho nombres de cafeterías y restaurantes que están en el interior del centro comercial.

-Elige. – Me exige.
-Bueno… yo la verdad, nunca he ido a ninguna. – Contesto.
-Bien. Elige.
-Liam, te estoy diciendo que no sé cual será mejor, tampoco tengo mucho dinero.
-Yo sí. ¡Elige!

La exclamación e insistencia del chico me hace intimidarme. Desvío la mirada de sus ojos hacia el cartel de nuevo y me decido por el tercer nombre. “Time & Coffe”

-Ese. – Digo señalándole.
-Buena elección, señorita. Vamos.

De nuevo su apresurado paso me hace casi sacar la lengua para no perder su ritmo.

No tardamos ni cinco minutos en llegar a la puerta de la cafetería, la cual está en un local con cristales transparentes, donde se puede apreciar en el interior una decoración en tonos marrones y perfectamente rústica. Las mesas y sillas son de madera y las paredes están pintadas color café.

-¿Pasas? – Me pregunta Liam.

Asiento con la cabeza y él pone su mano en mi espalda para permitirme el paso primero.

Observo, como de costumbre, todo mí alrededor, y escucho el sonido inquietante de los platos chocando – típico de cafeterías. - la gente que está charlando y la televisión con un canal de música de fondo.

-¿Te viene bien aquel sitio? – Me pregunta.

Observo lo que me indica y veo una mesa de dos, al lado de un ventanal desde el cual se ve el interior del centro comercial.

-Sí. – Contesto.

El chico sonríe y emprende camino hacia ahí.

Nos sentamos uno en frente del otro, esperando a que vengan a tomarnos nota.

-Y bien. – Le digo. - ¿Cómo me has encontrado? 

El chico se acomoda en la silla y sonríe mirándome. Creo que ya es imposible que se asuste de mí.

-El señor Burton te ordenó hacer algo que tú no cumpliste. – Dice. – Mi deber era aprenderme el instituto de memoria para que mañana cuando me pregunte dónde está el despacho del director, no tarde ni cinco segundos en contestarle.

Ladeo mi labio y continúo escuchándole.

-Y tú dijiste que no querías, lo tuve que hacer por mi cuenta.
-No intentes hacerme sentir culpable. – Le interrumpo.
-No lo intento, ______.
-¿Entonces?
-Sólo me preguntaste como te encontré, yo te lo estoy contando.
-Bien, continúa.
-Empecé a examinar el instituto yo solo, y di con la sala de dirección. Llamé un par de veces a la puerta y no contestaron. Entré y me invadió un olor a incienso que me llamó la atención. Y entré.
-Buenas tardes. – Nos interrumpen.

Miro hacia arriba y veo que es el camarero.

-Buenas tardes. – Decimos a unísono.
-¿Han decidido qué van a tomar? –  Pregunta.
-Tomaré un café con la mitad de café y mitad de leche, con dos sobres de azúcar y un poco de espuma arriba, por favor. – Dice Liam mientras el camarero toma nota.
-¿Y usted, señorita?

Pestañeo un par de veces dándome cuenta de que estaba perdida entre las notas tan armónicas que acababa de pronunciar Liam.

-Tomaré lo mismo. – Contesto. – Gracias.

El hombre hizo un gesto de amabilidad y se retiró.

-¿Te ha gustado? – Pregunta.
-¿El qué?
-Siempre pido el café algo peculiar, a nadie le suele gustar. Siempre me dicen que está muy dulce.
-La verdad, no soy experta en degustar cafés. – Contesto. - Nunca lo he probado así.

El chico sonríe y sacude su cabeza.

-Bien, continúa. – Exijo.
-Sí. – Contesta. – Entré al despacho del director y eché un vistazo. Los muebles desprendían un curioso olor a madera y la alfombra en mosaicos rojos y verdes me llamó la atención. No me imaginaba que un colegio tan moderno pudiera tener un despacho tan… clásico y antiguo.

Frunzo el ceño y le miro despistada. ¿Está yéndose por las ramas o…?

-Continué examinándole y llegué al escritorio donde seguramente el director reciba a las familias o alumnos. Había un montón de papeles encima de la mesa y comprendí que estaría organizando algo. La curiosidad me pudo y empecé a ojearlo. La buena suerte estuvo de mi lado, y en uno de los papeles estaba toda tu información académica junto a tus datos básicos. Me apunté tu dirección y aquí me tienes.

Mi boca se entreabre y me quedo mirando sorprendida a Liam. No entiendo cómo diablos ha tenido tanta picardía para descubrir dónde vivo. O, quizás, cómo él ha dicho, simplemente haya sido suerte. 

-Vaya… - Musito.

El camarero aparece en la esquina de la mesa y nos pone los cafés a cada uno, junto a un pequeño croissant. Un leve humo que se desprende de la taza se invade y se aferra de nuevo a mí. Un cumulo de experiencias nuevas están cosiéndose a mi piel hoy.

-Así que, tú fuiste la culpable de que no terminase de examinar el instituto entero. – Dice Liam cuando se aleja el camarero.

Sopla elegantemente su café y yo le miro embobada.

-¡¿Yo?! – Exclamo, cuando me doy cuenta de que, sutilmente, me ha atacado.
-Sí, tú. – Contesta, sonriente.
-¿Por qué dices eso?
-En cuanto vi tu dirección vine a buscarte. Así que, mañana deberás enseñarme el resto del instituto.
-¿Lo dices enserio?
-Sí, ______.

Da un pequeño sorbo a su café y parte un cacho de su croissant. Le miro detenidamente, y de nuevo, me embobo.

-Y, bueno, ¿Qué te gusta hacer? – Pregunta.
-Pues… Me gusta escuchar música, escribir, leer, y hacer fotos. Me encanta hacer fotos. – Digo mientras remuevo el café con los dos sobres de azúcar.
-Vaya. A una persona importante para mí también le encantan las fotos. Se pasa horas fotografiando todo lo que ve.
-Sí, yo también lo hago. – Contesto ensimismada.
-¿Algún día me dejarás ver tus fotos? – Pregunta.

Por un segundo dejo de mirar el café y removerlo. Paro la cuchara y le miro, fijamente.

-¿C-cómo? – Replico.
-Ver tus fotos.
-B-bueno. Quizás. No sé. Nunca se las he enseñado a nadie…
-Bien, yo seré el primero. Seré tu jurado. Prometo ser crítico.

Sonrío. Liam es muy extrovertido y cercano, todo lo contrario a mí.

-A mí me encanta la música y componer. Toco la guitarra, el piano y estoy empezando a tocar la batería. Me encanta todo lo relacionado con la música, la verdad. - Me informa.

Arqueo mis cejas sorprendida y continúo removiendo la cuchara en mi café.

-Vaya. ¿Escribes canciones? – Pregunto.
-Sí. Sí lo hago.
-¿Me enseñarás alguna?
-Nunca se las he enseñado a nadie. – Dice metiéndose un cacho de bollo en la boca. – Son muy personales.

Abro mi boca con una media sonrisa y le lanzo una mirada acusadora.

-¡Liam! – Le regaño.

El chico levanta su mirada del café mientras mastica y me mira, sin saber por qué le he gritado.

-No es justo. – Digo, refunfuñando.
-¿El qué no es justo? – Pregunta, perdido.
-Yo te enseño mis fotos si tú me enseñas alguna de tus canciones.

El chico traga y, acto seguido, sonríe tímidamente.

-Déjame pensarlo.

Sonrío mientras que él continúa mojando el bollo en el café y disfrutándolo.

Me doy cuenta de que hace escasas horas que le conozco, pero sin embargo, ha sido con la única persona desde hace años que me siento libre y yo misma. Me siento abierta y sin ningún tipo de complejos – por muy extraño que parezca.-


Ha sido con la única persona, que me ha hecho pensar que tal día como hoy, no es tan malo como podría haber llegado a ser. 


4 comentarios:

  1. Que bonito el cap :3 me gusta la actitud de Liam:)

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  2. es genial !! me encanta :) oyoyo liam jiiji bss guapaaa

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  3. Permiteme llorar, tia.. es que parece que de verdad Liam ha venido a mi casa, me ha cogido por los hombros y me ha llevado a un cafe. Suena tan.. real. Es cuestion de imaginarlo y me encanta. Es que es tan caballeroso y muero, de amooorr!! ahaha Me encanta y lo de las fotos tambn es la pera limonera, y q el compone y awwww..!!!

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