lunes, 25 de noviembre de 2013

Capítulo 4.

Nos levantamos de nuestros asientos y nos colocamos de nuevo nuestros abrigos en el cuerpo.

La mirada constante que mantenemos de complicidad Liam y yo no se ha esfumado desde que me vino a recoger a mi casa.

-¿Nos vamos? – Me pregunta.

Asiento con la cabeza y él me sonríe satisfecho por mi respuesta.

Caminamos cautelosamente por el local, esquivando a las sillas ocupadas por personas con sus respectivos pedidos.

-¿Qué harás ahora? – Pregunta.

Doy una vuelta sobre mis ojos sabiendo cual es la respuesta, pero sin quererla decir. Sin embargo, mi mirada se queda quieta ante el cartel de encima de la puerta del local.

Frunzo el ceño e ignoro completamente la pregunta de Liam. Mis pasos ahora son más rápidos y en un santiamén llego hacia mi objetivo.

-¿Qué haces? – Me pregunta el chico.

Leo atentamente lo que pone y me parece buena idea. Arranco un papel con dos números de teléfono y lo doblo para guardarlo en el bolsillo.

-Simplemente me quiero informar. – Contesto.
-¿Para trabajar? ¿Aquí? – Me pregunta de nuevo, sorprendido.

Encojo mis hombros y me doy cuenta de que él no tiene ni la menor idea de mi situación. A veces se me olvida que tan solo le conozco de horas.

-Sí. Puedo alternar trabajo y estudios. – Digo, por un momento, segura.

El chico arquea sus dos cejas a la vez y yo me siento intimidada.

-Y, por cierto. – Digo. – Ahora supongo que estudiaré un poco.

Abro la puerta del local y paso delante de él. Nada más salir, veo a un grupo de gente de mi edad, risueños. Quizás riéndose de alguna tontería que alguno de ellos ha dicho. Sin embargo, la seguridad parece venir por las calles y apoderarse de mí de una manera absolutamente absurda, como cuando la alegría corrió a proteger a aquel niño que peleaba con su padre por el peluche.

Trago saliva y pestañeo. Uno de ellos se me queda mirando y yo aparto la mirada. Me doy cuenta de que he sido un poco descarada y siento la presencia de Liam cerca, muy cerca de mí. Su olor me hace despertarme y sentir que está conmigo.

-¿Por qué no te vienes conmigo? – Me pregunta.
-¿A dónde?
-Entreno a niños pequeños.

Mi cara es completa sorpresa.

-¿Eres entrenador? – Pregunto.

Él crea una media sonrisa y asiente con su cabeza. Parece que su pelo está hecho perfectamente a su medida para que no se despeine ni un milímetro. 

-Aún no me puedo considerar eso. – Contesta. – Simplemente me gustan los niños y me gusta el fútbol. El que lleva el equipo es un amigo íntimo de mi tía y me metió.

Asiento satisfecha por su explicación y me parece buena idea. Comienzo a andar por las baldosas de ese centro comercial y me doy cuenta de que Liam corre para llegar a mi altura y no perder mi ritmo.

-Y, por si acaso te lo has preguntado: No, no me pagan por ello. – Añade.

Sonrío disimuladamente. En realidad, sí que lo había hecho.

Mientras caminamos hacia mi casa, pienso algo: Parece como si algún ángel hubiera puesto a Liam en mi camino, como si algo perfectamente consciente de que yo necesitaba ayuda, hubiera sabido buscar a la persona perfecta para mí. Y lo consiguió.

Salimos a la calle y el frío amenaza con atravesar los tejidos de nuestros abrigos. Ambos nos cubrimos lo máximo posible el cuerpo y metemos automáticamente las manos en los bolsillos.

-Y, entonces, ¿Qué me dices? – Pregunta.

Le miro de reojo mientras que mis dedos chocan. Estoy tiritando.

-Creo que mejor otro día. – Contesto.
-¿Es acaso por el frío?
-No. No. – Niego rápidamente. – Ya te dije que iba a estudiar.

El chico encoje sus hombros y, aun que no está muy satisfecho, decide no insistir más.

Caminamos unos minutos más hasta que llegamos a la esquina de mi casa.

-Gracias por acompañarme. – Le digo.
-Lo mismo digo. – Contesta.

Ambos nos sonreímos y yo me quiero morir cuando siento un extraño escalofrío en mi cuerpo. Su sonrisa es preciosa.

-¿Puedo hacerte una pregunta? – Vocaliza Liam.

Le miro y, automáticamente, esa sensación se aparta, dejando paso al miedo y la inquietud.

-C-claro. – Digo.
-¿En el instituto siempre estás sola?

Giro mi labio y miro hacia el suelo. El bolsillo de mi abrigo es el único objeto que tengo para aferrarme. Lo cojo con rabia entre mis dedos e intento mantener la calma. Trago saliva y, entre el frío, le miro.

-Sí. – Musito, casi sin fuerza.

El gira el labio y creo que se arrepiente de haberme hecho esa pregunta.

-Hasta mañana. – Dice rápidamente.

Pestañeo y me quedo asombrada. ¿Qué mosca le ha picado? ¿Por qué se despide tan rápido?

-A-adiós.

El chico se da media vuelta, y desaparece.

Segundos después, me doy media vuelta y emprendo camino hacia la pasarela de baldosas anaranjadas, mientras que rebusco las llaves en mis bolsillos.

Llego al número cuatro y meto las llaves en la cerradura.

-Ya estoy en casa. – Digo.

Mi padre sale disparado del salón y se aproxima a mí. Sus brazos me rodean rápidamente y me mece con algo de simpatía.

-Papá, me estás aplastando. – Digo.
-Quiero que me cuentes todo.

Lucho con sus brazos e intento buscar la salida de aquel abrazo obligado. Al fin, me empujo con su torso y me deshago de él.

-¿Contarte el qué? – Pregunto.
-Lo de ese chico. ¿Logan? – Pregunta.
-Liam, papá.
-¡Eso! Liam. Parece simpático.

Me quito los zapatos y me dirijo al zapatero para dejarlos, mientras tengo detrás la presencia insistente de mi padre.

-Lo es. – Contesto.
-¿Y qué es? ¿Tu amigo?
-Ni siquiera puedo llamarle amigo, papá. – Digo.
-¿Por qué?

Termino de guardar los zapatos y me levanto para mirarle a los ojos. Los suyos son tan maravillosos que demasiadas veces han sido los únicos que me han reconfortado.

-Porque solo le conozco de horas.
-¡El amor no tiene edad! – Exclama.

Frunzo el ceño y le miro extrañada.

-¿Papá? – Reclamo.

El sacude su cabeza y, su sonrisa, automáticamente desaparece.

-Llevo toda la tarde feliz, aun que parezca mentira. Jamás creí que felicidad y este día podrían ser compatibles.
-¿Por qué? – Pregunto.
-Ese chico me dio tan buena sensación que pensé que… - Hace una pausa y sacude la cabeza. – Olvídalo.
-¿Qué qué? – Pregunto.
-Pensé que podría ayudarte a superar esto.

Frunzo los ojos y le miro con algo de rencor.

-Sabes que esto puedo superarlo yo sola, papá. Así llevo todos estos años, sin ningún tipo de ayuda.

El hombre parece sentirse desanimado de nuevo. Cierro los ojos y me arrepiento. Tengo que hacer algo para cambiar de tema de conversación, para no caer más en la miseria.

De repente se me viene a la cabeza una idea. Meto la mano en mi bolsillo y saco el cacho de papel doblado al exterior.

-Mira. – Le tiendo.

El hombre levanta la mirada y lo mira pacientemente.

-¿Qué es? – Pregunta.
-Es una cafetería. “Time & Coffe” – Informo. – Necesitan a una camarera, y los horarios se ajustan perfectamente a los míos.
-¡¿Qué?! _____, ¿Estás loca? Tú no vas a trabajar con diecisiete años. No. No.
-Es la única solución. No me causa ninguna molestia, papá. Estaré distraída y conoceré a gente nueva, aparte aportaré algo de ayuda para pagar todos los gastos…
-No, ______.
-Papá, por favor.
-No. Ni hablar.
-Me vendrá bien. Quiero conocer a gente nueva. Salir de mi rutina.

El hombre frunce el ceño y me mira, casi procesando la información y pensándose la respuesta.

-Por favor. – Insisto.
-Me parece una completa locura…
-¡Vamos!
-¿De verdad quieres? – Me pregunta.

Asiento automáticamente con la cabeza.

-Estás loca…

Sonrío cuando me doy cuenta de que, sí, es una completa locura, pero ayudaré a mi padre, y eso es lo que realmente me importa.

Me abalanzo sobre él y ambos nos invadimos en, ahora sí, un abrazo mutuo.

-Voy a la ducha, papá. – Le digo.

Me retiro de él y comienzo a subir peldaños hacia la planta de arriba.

-Por cierto. – Exclama.

Me paro en seco y le miro.

-Me llamó la tía Alice. Quizás Gabriela venga a pasar unos días con nosotros. Ellos se van de viaje de negocios y necesitan dejar con alguien a tu prima.
-Genial. – Contesto.

El hombre me envía una vaga sonrisa y continúo subiendo peldaños hasta la planta de arriba.

***

Atravieso lentamente la pasarela como cada mañana. Aún me queda un camino que recorrer hasta llegar a la estación del autobús, pero hoy voy más tarde que de costumbre.

Cuando lo veo de lejos, el autobús está parado y la gente está montando. Me apresuro para que me dé tiempo, y por los pelos, consigo meterme en el vehículo.

-Buenos días. – Saludo, casi sofocada.
-Buenos días. – Contesta amablemente el conductor.

Le enseño el bono y subo las escaleras rápidamente para observar mi sitio.

De nuevo Lilly y Carol se han apoderado de él. Y, como no, a metros de ellas, Harry.

Hoy lleva una camiseta gris con un gorro verde que le cubre gran parte del pelo.

-¿Vas a pasar? – Preguntan detrás de mí.

Miro hacia atrás y veo que no hay nadie. El vehículo comienza a andar y veo la necesidad de agarrarme a algo. Justo entonces, veo que la voz proviene de abajo, de alguien con asiento.

Bajo la mirada y veo que es Liam. Su sonrisa perfecta y su flequillo, hoy de nuevo, impecablemente peinado.

-¿A dónde quieres que pase? – Pregunto.
-Solo lo decía porque te he estado guardando el sitio desde que me monté. Ellos ya estaban ahí.

Su dedo pulgar señala hacia atrás, sin embargo, él no mira hacia la dirección que señala.

Mi boca intenta vocalizar pero no encuentra contextos para hacerlo. Simplemente miro al asiento y veo como Liam retira automáticamente su bandolera.

Me quito la mochila y me siento.

Su olor no tarda ni dos segundos a llegar a mi sentido del olfato. Me estremece. Huele tan, tan, tan bien.

-¿Estudiaste mucho anoche? – Me pregunta.
-Bueno, algo. – Contesto.

El chico sonríe y, sin querer, yo también lo hago. Me siento demasiado a gusto con él.

-¿Y tú? – Pregunto. - ¿Pasaste mucho frío entrenando a los niños?
-No. – Contesta rápidamente. – Me abrigo bastante. Además, no me dejan estarme quieto.

Minutos después de esa pequeña conversación, llegamos a la puerta del instituto. El autobús para y las puertas se abren. Styles se abre paso entre todos y sale disparado, el primero.

-¿Qué mosca le ha picado? – Me pregunta Liam.

Encojo mis hombros mientras espero nuestro turno de abandonar el autobús.

Segundos después de pisar el asfalto, una rubia de infarto viene corriendo, casi sofocada, por el final de la calle. Su mano está arriba de su cabeza y la sacude en dirección a nosotros.

Frunzo el ceño y miro a Liam, que está pendiente de algo que yo no sé.

Escucho como la rubia pronuncia el nombre de Liam, y cuando está algo más cerca, me doy cuenta de que es la misma chica que ayer cogía Liam en el pasillo tan cariñosamente.

Una estaca parece clavarse en mi estómago cuando me doy cuenta de que seré víctima de una típica escena cursi y romanticona.

-¡Liam! – Exclama la chica.

Segundos después, se encuentra a nuestro lado, algo encorvada y sujetándose con una de sus manos en los brazos de Liam para retomar aire.

-Esto… Liam, me voy a clase. – Digo, excusándome.
-No, no. – Niega él. – Espérame.

Giro el labio y no me queda más remedio que esperarle.

-¿Qué quieres, Nicole? – Le pregunta.
-¿Por qué diablos no me has esperado? Sabes que mi madre saca el coche todas las mañanas. Nos puede traer. – Contesta la chica.

La miro más de cerca y me doy cuenta de que es el prototipo de novia que todo chico desea tener. Al menos físicamente. Y, si es novia de alguien como Liam, también deberá tener una personalidad perfecta.

-Nic, sabes que prefiero venir en autobús. Es más rápido. – Contesta Liam.
-¡Oh, Dios! A veces eres insoportable. – Añade la chica.

Liam se ríe y yo admiro cautelosamente todo desde mi perspectiva. Cuando me doy cuenta, estoy frunciendo el ceño.

Los ojos de la chica, tan azules y detallados por el maquillaje negro, me miran. Me intimido y quiero esconderme bajo mi coraza de niña inocente y desapercibida.

-¿No me vas a presentar? – Pregunta esa tal Nicole, en un tono un poco amenazador.
-¿Para qué quieres conocer a mis amigas? – Contesta Liam, con otra pregunta.

Abro los ojos y me sorprendo. No quiero ser ningún tipo de pelea típica de pareja. Espera, espera. ¿Ha dicho amiga? ¿Enserio me considera ya amiga?

-Simplemente me interesa saber por el ambiente que te mueves. – Contesta la chica.
-Bien. – Dice Liam. – Ella es ______.

La chica me mira de nuevo. Esta vez me revisa de arriba abajo y yo me siento intimidada. Cuando llega a mis ojos, abre un poco la boca y deja aparecer en su rostro un gesto de sorpresa.

-¡Vaya! – Exclama. – Eres muy guapa.

Pestañeo rápidamente y quiero dar abasto para entender y procesar bien lo que acabo de escuchar. ¿Yo? ¿Guapa? ¿Desde cuándo?

-Yo soy Nicole. – Dice ella. – La prima pesada de Liam.

Mis cejas se arquean inconscientemente y me un alivio inmediato se aferra junto a todas esas sensaciones nuevas a mi cuerpo. ¿Prima? ¿Sólo prima? ¿No es su novia?

Alguien me golpea el hombro y yo me giro automáticamente. Observo unos ojos azules y un pelo de color castaño.

-¿Interrumpimos algo? – Pregunta.

Me doy cuenta entonces de que es Lilly, y va acompañada de Carol.

-¿Qué quieres? – La pregunto.
-Solo quiero hablar. – Dice.

Arqueo una ceja y asiento.

-Encantada. – Me despido de Nicole.
-Igualmente.  – Me contesta ella.

Dejo a Liam y a su prima. -¡Prima!- dialogando metros más atrás que a donde me dirijo yo, entre Lilly y Carol.

Por alguna absurda razón, acepto venir con ellas, pero su perseverancia me hace replantearme si es de verdad lo que debo de hacer.

-Verás, Harry nos pidió que mandásemos a alguien rápidamente para que le ayudase a hacer los deberes, y, claro, confió en ti. – Me dice Lilly.

Arrugo el entrecejo y las miro.

-Solo es un segundo. Además, sabes lo caprichoso que es Harry y que querrá que de verdad le ayudes… - Añade Carol.
-¿Y bien? ¿Aceptas? – Pregunta Lilly.
-S-sí. Bueno. Vale. – Contesto yo.
-Estará esperándote en clase. – Me informa Carol. – Y ve rápido. Corriendo.

Asiento con la cabeza y me despego de ellas emprendiendo camino por el camino previo a la entrada del instituto.

-¡Corriendo! – Insiste Lilly.

Miro hacia atrás y levanto los talones del suelo rápidamente. Mis piernas comienzan a correr y mi mente sigue su ritmo. Subo apresuradamente las escaleras de la entrada y abro la puerta. Está todo el pasillo habitado, más que de costumbre.

Sin embargo, unos metros más para adelante, veo que un pie se interpone en mi camino y, sin poder evitarlo por la falta de coordinación, mi pie se pone delante de él y mi cuerpo cae. Choco contra el suelo y todo el mundo crea una carcajada general.

Cierro los ojos y quiero que la tierra me trague. Escucho la puerta abrirse y, mientras estoy tumbada boca abajo en el suelo sin saber qué hacer, veo pasar de refilón a Lilly y Carol.

-Que ingenua eres… - Murmura Lilly.

La miro de reojo y veo que se envuelven en una carcajada con algo de maldad en ella.

Ahora miro hacia el otro lado y encuentro a Harry con las manos puestas en el estómago. Quizás se esté riendo porque él ha sido el cómplice y culpable de mi caída.

Mi mirada no puede contener más odio, y cuando menos lo espero, Harry se agacha para ponerse a mi lado. La gente se dispersa y me quedo prácticamente sola con él en medio del pasillo.

-¿Y tu amigo? – Pregunta.

Mis lágrimas amenazan son salir disparadas, pero me contengo.

-¿Q-qué amigo? – Pregunto, recuperándome y intentando reconfortarme yo sola.
-Tu amigo, el nuevo. – Añade. – Liam.

Trago saliva y le miro con odio.

-Tranquila, solo te digo una cosa: Creo que eres demasiado lista, y por eso sé que Liam te importa lo suficiente como para arruinar su reputación por hacerle compañía, ¿No crees? No seas egoísta y deje que se relacione con personas que de verdad le ayudarán a ser alguien.

Su mano se pone en mi hombro y me da un fuerte apretón. Me ahogo en un grito en mi interior y le observo mientras se levanta y emprende camino hacia clase.


Sigo tendida en el suelo y de verdad me replanteo lo que me acaba de decir Harry: ¿De verdad le estaré haciendo tan bien a Liam y a su reputación como él me lo está haciendo a mí? Sé la respuesta aun que quiera evitarla, y la única solución a eso es alejarme de él.


miércoles, 20 de noviembre de 2013

Capítulo 3.

De nuevo atravieso las baldosas anaranjadas de la pasarela. Llego al adosado número cuatro – donde vivo – y saco las llaves para meterlas en la puerta.

Entro y, en ese instante, escucho el eco de la televisión descendiente de la cocina, a la derecha de donde me encontraba yo en ese mismo momento.

-Ya estoy en casa. – Grito.

Paso y abro la casita donde guardamos las llaves. Me miro de refilón en el espejo y, pareciendo mentira, me veo diferente.

Sí. Diferente.

-Hola, cielo. – Me dice mi padre.

Se acerca a mí y, como de costumbre, me besa la frente.

Dejo la mochila en un rincón del pasillo y entro directa a la cocina. Instantáneamente me rodea un olor a horno. A pollo cocinado con conciencia.

La mesa que está justo en una de las paredes de la cocina está puesta, con sus respectivos platos, vasos y cubiertos.

Mi padre se sienta en su silla y da un trago grande a su vaso mientras espera a que el horno avise de que la comida está lista.

-¿Cómo te ha ido el día? – Me pregunta.

Encojo mis hombros y le miro, indecisa. ¿Qué le contesto?

-Bien. – Digo, algo seca.

El arquea una ceja intuyendo que miento.

-¿Recuerdas qué día es hoy? – Pregunta.

Me quedo helada cuando escucho a mi padre preguntarme esto. Ningún otro año me lo había preguntado, ¿Por qué este sí?

-Claro que me acuerdo. – Le digo, enfadada.

El hombre se arrepiente por un momento de haberme preguntado algo tan cruel, pero yo no le culpo.

-¿Has leído el correo? – Pregunto, intentando salir del incómodo momento.
-No. – Niega, dando pequeños sorbos a su bebida.

Cojo las cartas de encima de la mesa y las voy revisando una a una. “Chad Miller” como encabezamiento. El nombre de mi padre.

-¿Muchas facturas? – Pregunta, sin retirar la mirada de la televisión.

Asiento.

-Menuda mierda. – Dice.

Giro mi labio y creo que eso tampoco era buena idea. Le agobio, y no quiero.

El sonido del horno nos avisa que la comida ya está lista. Mi padre se pone de pie como un rayo y abre el electrodoméstico para servirnos la comida.

Mi padre y yo vivimos solos desde hace un tiempo. Desde entonces, la situación nos ha alejado pero unido a la vez. Yo me siento distante y fría y él lo único que quiere es acercarse a mí. Mis muros y mis complejos no se lo permiten, y sé que eso a él le hace daño.

Minutos después de servir la comida, nos encontramos ambos peleando con nuestros cubiertos y partiendo ese delicioso pollo que ha hecho mi padre.

-Siento si la pregunta de antes ha sido… algo impertinente.

Pestañeo un par de veces y miro al plato.

-No te preocupes. – Consigo decir.
-Siento que todo esto me queda tan grande desde que ella no está… Siento que se me escapa todo de las manos y no puedo hacer nada, ______.

Le miro con los ojos llenos de tensión y veo como ha soltado los cubiertos y ha entrelazado sus manos para ponerlas en su barbilla. Su mandíbula está apretada y creo que va a romper a llorar.

No sé qué decirle. Nunca se me ha dado bien calmar a las personas, ni siquiera sé calmarme a mí misma.

-Todo irá a mejor. – Le digo.

Mi tono no suena convincente. Obviamente no es momento para decir que esto mejorará. No lo hará. Es imposible.

El hombre retira la silla y se pone en pie, cargando en sus manos el plato de comida que ni siquiera ha probado.

Le observo cautelosamente y veo como se acerca a la encimera de la cocina para dejar el plato.

Apoya sus manos en ella y me da la espalda.

-Sé que tú no tienes la culpa de nada de esto, y sé que tú tienes tus propios problemas… Lo siento. – Me dice.

Suelto mis cubiertos y el nudo de mi garganta se hace más grande.

Me pongo de pie y me acerco a él. Solo me sale abrazarle y enredarme en sus brazos para calmarme. Siento como algo en su pecho estalla, quizás está rompiendo a llorar.

-Siempre estaré contigo, papá. – Le digo.
-Y es lo único por lo que sigo aquí, cielo.

Quizás, entre lágrimas, me da un beso en el pelo y absorbe con la nariz. Se deshace del abrazo y abandona la cocina. No sé a dónde irá.

De nuevo me siento sola, aun que esa sensación ya no es tan extraña para mí.

Se me ha quitado el apetito, así que dejo todo como está y subo a mi habitación. Lo primero que hago es observar la foto de ella que adorna toda mi habitación. Su sonrisa y su pelo dorado y ondulado, sus brazos abrazándome y haciéndome sentir protegida. Esa protección que no he encontrado en nadie más desde entonces.

Me tumbo en la cama y miro al techo. Sólo consigo preguntarme por qué no puedo ser como las demás chicas. Sin problemas y con ganas de vivir. Con amigos y con gente que pudiese ayudarte a ser algo que signifique, que cuente. Alguien que haga cosas que influencien positivamente a los demás, y no solo negativamente.

Mis ojos empiezan a soltar lágrimas y me tumbo sobre mi costado, con las manos metidas bajo la almohada. 

Me miro al espejo que veo enfrente de mí, y ya no me veo diferente. Me sigo viendo a mí. La triste y apenada _____ Miller, adolescente y estudiante de algo que ni siquiera sabe cómo sacar fuerzas para adelantar.

***

-_____, ______.

Una voz masculina agita mi cuerpo como un brusco y temible terremoto. Mis ojos se abren poco a poco y me estiro cuidadosamente. Mis puños se aprietan y, cuando subo la mirada, veo que mi padre está en el borde de la cama, con un gesto más amable y mirándome con una sonrisa, débil.

Ahora caigo en la cuenta de que me dormí.

-Siento despertarte. – Me dice, susurrando.

Me levanto cautelosamente y me siento en la cama, mirándole a él.

-¿Qué hora es? – Pregunto.
-Las cinco.

Sacudo mi cabeza e intento despejarme algo más.

-¿Vamos a algún sitio? – Pregunto.
-Yo no. Tú, quizás.

Frunzo el ceño y por fin veo una completa sonrisa en el rostro de mi padre hoy.

-¿Por qué dices eso? – Pregunto.
-Hay un chico abajo, pregunta por ti. – Me informa.

Miro al techo y me sorprendo. Un pequeño tronco parece golpear mi estómago. ¿Quién habrá venido a verme? ¿A mí?

-¿Hay algo que deba saber? – Pregunta mi padre, algo juguetón.

Abro mis ojos, frunzo el ceño, y niego bruscamente con la cabeza.

-¡No! – Acompaño exclamando.

El hombre suelta una pequeña carcajada y me abraza. Sigue siendo más alto que yo y me siento reconfortada con él.

-Vamos, ve con él. No creo que quiera estar esperando mucho más rato.

Asiento y me bajo de la cama deshaciéndome de su abrazo. Le sonrío y salgo al pasillo, el cual me conduce a las escaleras que bajo algo adormilada aún, y pensando en quién puede ser quien haya venido a buscarme.¡A buscarme, a mí!

Llego al último peldaño y miro hacia la esquina del cuadrado pasillo. La puerta está al lado del espejo que tiene el armario de la entrada. Veo una silueta unos cuantos centímetros más alta que yo. Su pelo castaño y perfectamente peinado me hace acongojarme. Su sonrisa es débil pero marcada, no llega a enseñar sus dientes. Su cara de inocente me llama la atención, y sobre todo cuando veo que está dentro de mi casa, en mi pasillo.

Me quedo quieta sin poder bajar el último peldaño.

Ahora sonríe con más fuerza y yo arqueo mis cejas sin entender muy bien qué debo hacer. Sólo sé que tengo que hacer algo para no quedar en ridículo.

-Hola. – Decide decirme él, sin quitar la sonrisa de su cara.
-H-hola. – Contesto yo.

El chico se acerca a mí y su aroma a limpio me envuelve como algo que se aferra a mí y no tiene intención de desplazarse más de diez metros.

-¿Qué haces aquí? – Pregunto.
-Solo vine a buscarte. – Contesta.

Ladeo mi cabeza, sigo sin entenderlo.

-¿Quieres ir a tomar algo? Así te puedo explicar. - Me propone.

Los pasos de mi padre se escuchan bajar las escaleras, pero se queda parado cuando nos ve uno enfrente del otro en el último peldaño.

-Pensé que ya os habíais ido. – Dice.

Bajo de un salto el último peldaño que me quedaba y me pongo al lado de Liam, haciendo que los centímetros que me sacaba, se notasen ahora más.

El hombre termina de bajar las escaleras y me dedica una sonrisa cómplice, quedándose un momento a mi lado.

-¿No me vas a presentar? – Pregunta mi padre.

Le miro y abro automáticamente mis ojos.

-Pensé que ya lo habríais hecho. – Contesto.
-Solo me dijo que es tu compañero.

Miro al chico que gira el labio arrepentido. De nuevo llevo los ojos a los de mi padre y sacudo mi cabeza para desbloquearme.

-Él es Liam. – Le digo. – Mi nuevo compañero de clase.

El chico hace un gesto con la cabeza y mi padre le sonríe.

-Y, Liam. Él es mi padre; Chad Miller.

Liam ensancha la mano a mi padre y el hombre se la coge amable. Ambos se saludan y yo observo todo desde un ángulo inferior.

¡¿Qué diablos hace Liam en mi casa, conociendo a mi padre?!

-Le dije a _____ que si le apetecía salir a tomar algo. – Informa Liam.
-Sí, me parece buena idea. – Contesta mi padre.

Ambos me miran y yo encojo mis hombros.

-Pues no hay más que hablar. Tú te vienes conmigo.

Las manos de Liam se posan en mis hombros y me incita a caminar por todo mi pasillo hasta llegar a la puerta de salida.

-No llegues muy tarde. – Me dice mi padre en tono irónico.
-Claro. – Contesto, cuando ya habíamos atravesado algo de la pasarela exterior.

Sigo siendo conducida por las manos de Liam en mis hombros, y por los apresurados pasos que él me hace dar.

-Vale, vale. – Digo. – No me voy a escapar.

El chico suelta mis hombros y me parece escuchar que ríe.

Segundos después, se pone a mi lado izquierdo y mete las manos en los bolsillos de su pantalón.

-Sólo quería asegurarme. – Contesta.

Le miro y un escalofrío se apodera de mí, aferrándose junto al aroma. Su sonrisa es tan potente que me hace sentirme débil, más de lo que ya lo soy.

-No me iré. – Murmuro.

El chico sonríe.

-¿Cómo diablos me has encontrado? – Pregunto.
-Prefiero no decírtelo hasta que no lleguemos a la cafetería. No quiero que te escapes.
-No lo voy a hacer. Ya te lo he dicho. – Digo, seria.
-Soy de las personas que prefieren prevenir.

Le miro frunciendo el ceño y me extraño.

-¡Vamos! – Exclama.
***

Tras unos diez, quince minutos caminando entre las demás casas de mi manzana, salimos a una calle en la que, al fondo, se ve un gran centro comercial. El que siempre veo desde el autobús antes de ir a clase y al que siempre voy a comprar.

Ambos continuamos caminando hasta que entramos dentro, cosa que agradezco. El frío en el exterior estaba empezando a ser insoportable, y algo de calor artificial no me viene mal.

-Bien. – Dice.

Continúo andando sin darme cuenta de que él se ha parado en la entrada, pasos más atrás que yo.

Me giro rápidamente y le veo con una sonrisa impecable.

-¿Ves como te quieres escapar? – Me pregunta desde donde está.

Niego con la cabeza mientras me acerco a él.

-¡No! – Me quejo. – Tú te has parado en seco.
-Quizás es porque aquí está el cartel de las cafeterías que hay.  – Dice.

Miro hacia donde me indica y veo ocho nombres de cafeterías y restaurantes que están en el interior del centro comercial.

-Elige. – Me exige.
-Bueno… yo la verdad, nunca he ido a ninguna. – Contesto.
-Bien. Elige.
-Liam, te estoy diciendo que no sé cual será mejor, tampoco tengo mucho dinero.
-Yo sí. ¡Elige!

La exclamación e insistencia del chico me hace intimidarme. Desvío la mirada de sus ojos hacia el cartel de nuevo y me decido por el tercer nombre. “Time & Coffe”

-Ese. – Digo señalándole.
-Buena elección, señorita. Vamos.

De nuevo su apresurado paso me hace casi sacar la lengua para no perder su ritmo.

No tardamos ni cinco minutos en llegar a la puerta de la cafetería, la cual está en un local con cristales transparentes, donde se puede apreciar en el interior una decoración en tonos marrones y perfectamente rústica. Las mesas y sillas son de madera y las paredes están pintadas color café.

-¿Pasas? – Me pregunta Liam.

Asiento con la cabeza y él pone su mano en mi espalda para permitirme el paso primero.

Observo, como de costumbre, todo mí alrededor, y escucho el sonido inquietante de los platos chocando – típico de cafeterías. - la gente que está charlando y la televisión con un canal de música de fondo.

-¿Te viene bien aquel sitio? – Me pregunta.

Observo lo que me indica y veo una mesa de dos, al lado de un ventanal desde el cual se ve el interior del centro comercial.

-Sí. – Contesto.

El chico sonríe y emprende camino hacia ahí.

Nos sentamos uno en frente del otro, esperando a que vengan a tomarnos nota.

-Y bien. – Le digo. - ¿Cómo me has encontrado? 

El chico se acomoda en la silla y sonríe mirándome. Creo que ya es imposible que se asuste de mí.

-El señor Burton te ordenó hacer algo que tú no cumpliste. – Dice. – Mi deber era aprenderme el instituto de memoria para que mañana cuando me pregunte dónde está el despacho del director, no tarde ni cinco segundos en contestarle.

Ladeo mi labio y continúo escuchándole.

-Y tú dijiste que no querías, lo tuve que hacer por mi cuenta.
-No intentes hacerme sentir culpable. – Le interrumpo.
-No lo intento, ______.
-¿Entonces?
-Sólo me preguntaste como te encontré, yo te lo estoy contando.
-Bien, continúa.
-Empecé a examinar el instituto yo solo, y di con la sala de dirección. Llamé un par de veces a la puerta y no contestaron. Entré y me invadió un olor a incienso que me llamó la atención. Y entré.
-Buenas tardes. – Nos interrumpen.

Miro hacia arriba y veo que es el camarero.

-Buenas tardes. – Decimos a unísono.
-¿Han decidido qué van a tomar? –  Pregunta.
-Tomaré un café con la mitad de café y mitad de leche, con dos sobres de azúcar y un poco de espuma arriba, por favor. – Dice Liam mientras el camarero toma nota.
-¿Y usted, señorita?

Pestañeo un par de veces dándome cuenta de que estaba perdida entre las notas tan armónicas que acababa de pronunciar Liam.

-Tomaré lo mismo. – Contesto. – Gracias.

El hombre hizo un gesto de amabilidad y se retiró.

-¿Te ha gustado? – Pregunta.
-¿El qué?
-Siempre pido el café algo peculiar, a nadie le suele gustar. Siempre me dicen que está muy dulce.
-La verdad, no soy experta en degustar cafés. – Contesto. - Nunca lo he probado así.

El chico sonríe y sacude su cabeza.

-Bien, continúa. – Exijo.
-Sí. – Contesta. – Entré al despacho del director y eché un vistazo. Los muebles desprendían un curioso olor a madera y la alfombra en mosaicos rojos y verdes me llamó la atención. No me imaginaba que un colegio tan moderno pudiera tener un despacho tan… clásico y antiguo.

Frunzo el ceño y le miro despistada. ¿Está yéndose por las ramas o…?

-Continué examinándole y llegué al escritorio donde seguramente el director reciba a las familias o alumnos. Había un montón de papeles encima de la mesa y comprendí que estaría organizando algo. La curiosidad me pudo y empecé a ojearlo. La buena suerte estuvo de mi lado, y en uno de los papeles estaba toda tu información académica junto a tus datos básicos. Me apunté tu dirección y aquí me tienes.

Mi boca se entreabre y me quedo mirando sorprendida a Liam. No entiendo cómo diablos ha tenido tanta picardía para descubrir dónde vivo. O, quizás, cómo él ha dicho, simplemente haya sido suerte. 

-Vaya… - Musito.

El camarero aparece en la esquina de la mesa y nos pone los cafés a cada uno, junto a un pequeño croissant. Un leve humo que se desprende de la taza se invade y se aferra de nuevo a mí. Un cumulo de experiencias nuevas están cosiéndose a mi piel hoy.

-Así que, tú fuiste la culpable de que no terminase de examinar el instituto entero. – Dice Liam cuando se aleja el camarero.

Sopla elegantemente su café y yo le miro embobada.

-¡¿Yo?! – Exclamo, cuando me doy cuenta de que, sutilmente, me ha atacado.
-Sí, tú. – Contesta, sonriente.
-¿Por qué dices eso?
-En cuanto vi tu dirección vine a buscarte. Así que, mañana deberás enseñarme el resto del instituto.
-¿Lo dices enserio?
-Sí, ______.

Da un pequeño sorbo a su café y parte un cacho de su croissant. Le miro detenidamente, y de nuevo, me embobo.

-Y, bueno, ¿Qué te gusta hacer? – Pregunta.
-Pues… Me gusta escuchar música, escribir, leer, y hacer fotos. Me encanta hacer fotos. – Digo mientras remuevo el café con los dos sobres de azúcar.
-Vaya. A una persona importante para mí también le encantan las fotos. Se pasa horas fotografiando todo lo que ve.
-Sí, yo también lo hago. – Contesto ensimismada.
-¿Algún día me dejarás ver tus fotos? – Pregunta.

Por un segundo dejo de mirar el café y removerlo. Paro la cuchara y le miro, fijamente.

-¿C-cómo? – Replico.
-Ver tus fotos.
-B-bueno. Quizás. No sé. Nunca se las he enseñado a nadie…
-Bien, yo seré el primero. Seré tu jurado. Prometo ser crítico.

Sonrío. Liam es muy extrovertido y cercano, todo lo contrario a mí.

-A mí me encanta la música y componer. Toco la guitarra, el piano y estoy empezando a tocar la batería. Me encanta todo lo relacionado con la música, la verdad. - Me informa.

Arqueo mis cejas sorprendida y continúo removiendo la cuchara en mi café.

-Vaya. ¿Escribes canciones? – Pregunto.
-Sí. Sí lo hago.
-¿Me enseñarás alguna?
-Nunca se las he enseñado a nadie. – Dice metiéndose un cacho de bollo en la boca. – Son muy personales.

Abro mi boca con una media sonrisa y le lanzo una mirada acusadora.

-¡Liam! – Le regaño.

El chico levanta su mirada del café mientras mastica y me mira, sin saber por qué le he gritado.

-No es justo. – Digo, refunfuñando.
-¿El qué no es justo? – Pregunta, perdido.
-Yo te enseño mis fotos si tú me enseñas alguna de tus canciones.

El chico traga y, acto seguido, sonríe tímidamente.

-Déjame pensarlo.

Sonrío mientras que él continúa mojando el bollo en el café y disfrutándolo.

Me doy cuenta de que hace escasas horas que le conozco, pero sin embargo, ha sido con la única persona desde hace años que me siento libre y yo misma. Me siento abierta y sin ningún tipo de complejos – por muy extraño que parezca.-


Ha sido con la única persona, que me ha hecho pensar que tal día como hoy, no es tan malo como podría haber llegado a ser.