domingo, 29 de diciembre de 2013

Capítulo 7.

-¿En casa? – Pregunto desde el pasillito.

Liam se gira y me mira con el ceño fruncido.

-¿Qué diablos haces aún ahí? – Pregunta. – Vamos, pasa.

Sigo con mis pasos cortos hasta llegar al interior de la casa, y, en cuanto cruzo la puerta, me estremezco.

El olor de Liam me invade, pero no el suyo, sino el de su hogar. ¡Maldita sea! Esto no será fácil de controlar. Ahora todo huele a él, y más intensamente.

El chico se quita su chaqueta y la cuelga en el perchero que se encuentra en el medio del pequeño hall.

En frente de mí se encuentra una puerta cerrada, la que supongo que será el salón. A la izquierda de esta puerta, están las escaleras, a la derecha, un espejo con un mueble, el que está al lado del perchero en el que se encuentra Liam. A la derecha de Liam, de nuevo una ventana, pero ahora con cortinas. Mas a la derecha, me encuentro yo estupefacta, mientras continuó haciendo el análisis al hall.

A mi izquierda una cocina, de la cual solo puedo ver que cerca de la puerta, se encuentra el frigorífico. Al lado de la cocina, una puerta completamente marrón, quizás sea un baño. Y, por último, a la derecha del “baño” unas escaleras que bajan a otra puerta marrón. Quizás sea la despensa.

-¿Te vas a quitar la chaqueta? – Me pregunta Liam.

Me sobresalto y agito mi cabeza para escuchar lo que me dice.

-Eh… bueno… yo…

¡¿Cómo ha sido capaz de traerme a su casa?! ¡A su casa!

-Está bien, quédatela puesta. – Me dice. – Si tienes calor, ya sabes dónde está el perchero.

Liam deja las llaves en el mueble del espejo, y, segundos después, se acerca a las escaleras y las comienza a subir.

-Vamos. – Me apresura.

Comienzo a andar hacia los azulejos blanquecinos que decoran las escaleras. Él las sube de dos en dos, yo las subo cuidadosamente.

Al subirlas, nos encontramos con un pequeño pasillo cuadrado con una alfombra en casi todo el suelo. Hay cuatro puertas, pero Liam se decide a entrar en la segunda empezando por mi izquierda.

Toma el pomo y la abre.

-¡Tenemos visita! – Exclama mientras se adentra más en la habitación.

Frunzo el ceño y veo como me mira y me dice que vaya con un gesto de la mano.

-Luego te llamo Claire. – Vocaliza una voz femenina.

Entro en la habitación y todos los muebles son en decoraciones rosas. Una cama con unos cuatro muebles encima, un escritorio en color rosa chicle con la silla a juego, una estantería con bastantes cosas y por último, un espejo que decora casi toda la pared que sobra. La pintura también es rosa.

-¡Liam! – Exclama. - ¿Por qué diablos no llamas antes de entrar?

No puedo ver de quién se trata porque el cuerpo de Liam me tapa. ¿Acaso tiene una hermana? No me ha comentado nada.

-¡Tachán! – Exclama Liam.

Se retira de delante de mí y se pone a mi lado, señalándome con sus dos brazos.

¡La chica es Nicole! Está sentada en su cama que está pegada a la pared, con edredón blanco y rosa y con muchos peluches y cojines.

-¡Oh! ¡________! – Exclama.

Automáticamente se pone de pie y se apresura a mí. Me da dos besos rápidos en las mejillas y continúa mirándome.

-¿Cómo estás? ¿Estás mejor? Espero de veras que sí. – Dice.
-S-sí. – Balbuceo. – Gracias.

No entiendo absolutamente nada.

-¿Y tus padres? – Pregunta Liam, el cual está jugando con algo que ha encontrado en la estantería de Nicole.
-¡Idiota! – Exclama la chica.

Acude rápidamente a él y le quita con lo que está jugando.

-Te he dicho mil veces que no quiero que toques mis cosas, y tan solo llevas aquí una semana.

Liam le da un toquecito en la nariz y la sonríe.

-No te enfades, Nic. Sabes que eres mi prima favorita. – Añade.
-Y tú deberías estar nominado a mejor mentiroso del año. – Contesta Nicole.
-Quién sabe, quizás inaugure algún día esa categoría en algunos premios.

Nicole resopla y coloca en la estantería lo que ha arrebatado a Liam.

-¿Y tus padres? – Vuelve a preguntar Liam.
-Salieron a comer, ¿recuerdas? Es su aniversario.
-Oh, mierda. Encima de que me dan casa, no me acuerdo de su aniversario.

Me río por lo bajo. Esta conversación es realmente entretenida.

Nicole pone los ojos en blanco y se pone a mi lado.

-¿Te apetece comer algo? – Pregunta.
-No, no. Gracias. – Digo.
-Claro que quiere. – Dice Liam poniéndose a mi lado.

Niego con la cabeza y él me mira de modo acusador.

-Vamos a la cocina. – Sugiere Nicole.

Los tres bajamos en fila india por las escaleras de azulejo blanquecino. El olor me desquicia cada segundo más, pero trato de controlarlo.

Pasamos a la cocina y al fin puedo analizarla. Creo que Liam tenía razón en eso de que era muy calculadora. 

Los muebles son en tonos blancos y azules, pero aún así, está bien administrada. La ventana está en frente de la puerta, y me doy cuenta de que es la de la fachada.

Una mesa está en la pared izquierda. Liam se sienta en el taburete más cercano a la ventana y yo me siento a su lado.

Nicole abre el frigorífico y examina con la mirada lo que hay.

-Mamá nos ha hecho macarrones. – Dice. – Conociéndola seguro que ha hecho de sobra. Habrá para ti también, ______.
-Gracias. - Digo.

Liam coge el mando de la televisión y empieza a hacer zapping. Yo observo todo cautelosamente.

-Y como no, aún no están descongelados. – Se queja Nicole. – Tendremos que esperar un rato más.

Frunzo el ceño y miro al grifo. ¿Acaso no sabrán…?

-Pon el táper debajo del fregadero, con agua fría se descongela. – Digo.
-¿Enserio? – Exclama la chica, sorprendida.

Asiento con la cabeza y ella se acerca al fregadero. Pone el táper debajo y abre el grifo.

Para nuestra sorpresa, el agua sale disparada a su cara, demasiado fuerte. Parece que el grifo se ha estropeado y no hay forma de pararla.

Liam se levanta rápidamente y pone las manos para intentar frenar el sorprendente chorro de agua que acaba de empapar a Nicole.

¡Maldita sea! Ha sido por mi culpa, yo no debí de dar esa idea.

-¡Oh, Dios mío! – Exclama Nicole.

Mi cara es completo miedo mientras miro la escena.

-L-lo siento… - Me disculpo.

Liam continúa haciendo fuerza para que el agua se frene, pero no sirve de nada.

Me levanto y me pongo a su lado, no tarda ni dos segundos en empaparme a mi también.

Ahora estamos los tres empapados, y no solo nosotros, sino que el suelo de la cocina se está encharcando.

Nicole se acerca a la manilla del grifo y la baja, pero no sirve de nada. El agua sigue saliendo y cada vez más fuerte.

La chica sube y baja la manilla tres veces más, pero el grifo no se para. ¡Oh, Dios mío! Quiero desaparecer. 

-¡Joder! – Exclama Liam.

Le miro. Bajo la mirada hasta el grifo y le vuelvo a mirar desorientada. ¿Se está riendo? ¡¿Enserio se está riendo en una situación así?!

-¡_____! – Exclama, casi gritando por el extremo ruido que hace el grifo. – Creo que te debo una disculpa.

Le vuelvo a mirar perdida.

-¿Por qué? – Contesto en su mismo tono.
-Creo que al final sí te va a hacer falta llevar el gorro en este lugar.

Los tres rompemos en una intensa carcajada y por un momento, se nos olvida que el grifo sigue incontrolado.

Pero a mí no solo se me olvida eso, sino también se me olvida el resto del mundo. Sigo con esa sensación de comodidad, sin miedo alguno. Puedo ser yo misma y no pasa nada. Puedo llamarme ______ Miller que ellos no se van a extrañar.

-Está bien chicos. – Exclama Nicole. – A la de tres corremos y ponemos las seis manos encima del grifo, ¿De acuerdo?

Liam y yo asentimos con la cabeza.

-Una. Dos y… ¡Tres!

Los tres nos disparamos y, sin haberlo practicado, nos compenetramos para poner las seis manos encima del grifo ordenadamente.

-¡Uf! – Exclama Liam cuando parece que todo está controlado.
-¡Genial! – Exclama Nicole.

Yo sonrío tímidamente y miro a todo mí alrededor.

-Ahora que ya está controlado, tenemos que pensar en cómo cerrarlo. – Dice Liam.
-¡Ya sé! – Exclama Nicole. – En el mueble de debajo hay una llave que cierra el agua.
-¿Ah, sí? – Pregunta Liam.

El chico quita rápidamente las manos del grifo y, de nuevo, el chorro viene tan fuerte como puede a las caras de Nicole y mía. Las dos peleamos contra el agua pero no había nada que hacer.

-¡Joder, Liam! – Le regaña Nicole. – Tenías que avisarnos.

Me invado en una carcajada, mientras el agua no para de llover en mi cara.

-¡Vamos! ¡Párala! – Ordena Nicole.
-¡Espera! – Exclama Liam. - ¡No la encuentro!
-Detrás de los productos de limpieza.
-¡La veo! - Grita el chico.

Segundos después, el agua cesa poco a poco, hasta cerrarse.

Los tres suspiramos y nos quedamos tranquilos. 

-¡Por fin! – Exclama Nicole, recogiéndose el pelo empapado con las manos.
-¿A quién debéis un agradecimiento? - Pregunta Liam.
-A ti desde luego que no. – Contesta Nicole.
-Perdona primita, pero esto se ha solucionado gracias a mí. Si alguna de vosotras no debería de agradecerme nada, sería ______.

Frunzo el ceño y le miro. Su cara está empapada pero sigue estando guapísimo.

-¡¿Yo?! – Exclamo.
-Pensarás que estamos locos…

Sonrío y niego con la cabeza.

-No, no. – Digo. – Ha sido mi culpa por decir que con el grifo…
-No. – Me interrumpe Nicole. – En todo caso sería culpa de mis padres por no llamar al fontanero. Las cosas se rompen. ¡Y yo mira como estoy! – Exclama.

Toda la pintura está manchando su cara de negro y su pelo perfectamente rizado ahora está hecho un desastre. Parece estar disfrazada para halloween. ¿Cómo estaré yo? La verdad, eso, ahora mismo, me da igual.

-Iré a cambiarme y a bajarle algo de ropa a ______. – Añade la chica. – Y tú, Liam, deberías empezar a fregar el suelo. Tenemos que recoger todo este desastre.

Nicole desaparece de la cocina y Liam me mira. Ambos estamos sonrientes y la mirada de complicidad la compartimos.

-Tienes una sonrisa muy bonita, _______. – Dice Liam.
-¿Y-yo? – Pregunto.
-Sí, tú.
-Vaya… Gracias.
-Y, ¿Sabes? Si hace falta romper todos los días un grifo y armar todo esto para verte sonreír, no dudes que lo haré. – Me dice.
-¿Cómo? – Replico. - ¿Has roto tú el grifo?

El chico se enrolla en una divertida carcajada y va detrás de la puerta de la cocina, donde se encuentra la fregona.

-¡Mierda! Me pillaste. – Dice. – Pero no le digas a tu padre que pasé por aquí antes de ir a tu casa a recogerte. Y menos que rompí el grifo; Ahora, tú fregarás el suelo, mientras yo pasaré la bayeta por la encimera.

Acto seguido, me saca un cubo de fregona.

Mi gesto no puede ser otro que de sorpresa. ¿Ha armado todo esto para verme sonreír? ¿Ha roto un grifo, calculando todo lo que pasaría simplemente para hacerme reír?

Ahora era cuando de verdad me replanteo una seria pregunta. ¿De verdad merece la pena dejar escapar a la única persona que, en dos días, ha hecho más por mí que cientos de personas en años?


Tendré que tener serias discusiones con Harry, pero no. No dejaré que Liam se vaya de mi lado.

Capítulo 6.

Miro a Liam desconcertada. Su cara muestra agonía y ganas de dar pasos marcha atrás. Creo que está pensando que el venir aquí no ha sido la mejor opción entre las que se balanceaba.

Vuelvo la mirada al tronco y escucho como, en vez de dar pasos hacia atrás que era lo que yo pensaba que haría, da dos pasos hacia mí.

Giro despacio mi cabeza hacia él y le reviso de arriba abajo. Su mano está subiendo lentamente y la tiene extendida, con la palma abierta, como si quisiese que la cogiera.

-Vamos, ven. – Me dice.

Frunzo el ceño y mi cara se paraliza. ¿Qué intenta?

-Quiero que me acompañes a un lugar donde estoy seguro que el gorro no te hará falta. – Me dice. – Y mucho menos esa cara.

Trago saliva y regreso la mirada a su palma blanca y aparentemente suave.

-No. – Me niego.

El chico agita de nuevo su mano y yo ahora le miro a los ojos. Su sonrisa hace que le salgan esas pequeñas arruguitas. Ruedo los ojos y, por un momento, los pongo en blanco.

-No te estoy ofreciendo respuesta, te estoy exigiendo que vengas. – Dice.
-No, Liam. No quiero. – Contesto.
-Bueno, si prefieres quedarte aquí mirando a un tronco, está bien. Yo mañana en cuanto vea a Harry le diré algo que no te gustará, ni a ti ni a él.

Me giro sobresaltada e intimidada por la amenaza que acaba de vocalizar Liam.

-¿Qué piensas decirle? – Pregunto, sofocada.
-Quizás le vendría bien saber que me chivaré al director por lo que te hizo esta mañana.

La pose de Liam no ha cambiado ni un milímetro, y si algo lo hace, es su sonrisa, que se aumenta cada segundo más. Daría lo que fuese por tener esa facilidad de hacerlo yo también.

Y, por un segundo, soy consciente de lo que acaba de decir Liam.

-¡¿Qué?! – Exclamo dándome completamente la vuelta.

El chico se rompe en una carcajada intensa, pero no baja el brazo. Quizás ya se le esté durmiendo, pero él continua con él extendido.

-¿Qué te parece? – Pregunta.
-Harry te matará. – Contesto.
-No será para tanto, dos meses en el hospital por una fuerte paliza.
-¡Y después te mataré yo! – Exclamo.
-Perfecto, ya le dije a Nicole las flores que me gustaría que llevasen a mi tumba. – Contesta.

La perseverancia de Liam me estresa. Ese chico tiene respuestas para todo.

-Has dado la espalda al árbol. – Dice. – Ya he conseguido algo.  Ahora, solo dame la mano.
-¿Cómo quieres que te diga que no lo voy a hacer?
-Es una exigencia, señorita Miller. – Contesta.

Suspiro mirando al cielo. Me doy cuenta de que he dejado de llorar, ahora estoy concentrada en intentar echar a Liam de mi espacio vital.

-Bien, señorito Payne. No quiero aceptarla.
-Entonces, me encantaría que viniese a mi entierro. Será dentro de dos días.

Y, de repente, una sonrisa se fue colocando en mi rostro.

El chico agita por tercera vez su mano y yo la miro, sin ceder, sacudiendo la cabeza.

-Está bien. – Dice.

Por fin baja su brazo. Parece entender que no quiero ir. Sin embargo, ni dos segundos tarda en viajar, no uno, sino sus dos brazos a mi cabeza, cogiendo los bordes de la capucha, y retirándola de mi pelo.

De nuevo, pone su brazo extendido para que coja su mano.

-A lo mejor es que la capucha no te dejaba ver que mi mano lleva ofreciéndote ser cogida desde hace algo más de diez minutos. – Musita.

Sonrío sin miedo. Sí, así es. No tengo miedo, ni me intimida. Ese chico hace que de verdad pueda ser como soy con él. Sin complejos, sin miedo. Yo misma.

-Como no me cojas ya la mano tendré que llevarte a cuestas. – Me dice.
-Soy de ideas fijas. – Contesto.
-Está bien, _____. Está bien.

Baja la mano. ¡Sí! Por fin. Liam Payne se ha rendido ante _____ Miller.

Muestro una sonrisa y, un segundo después, veo como se abalanza poniendo su cabeza en mi tripa y rodeando mi cintura con sus manos.

Me alza en el aire y me coloca en su hombro, tirando todo mi tronco por su espalda, y agarrándome fuertemente por las rodillas.

Estoy cabeza abajo del mundo y veo como está entrando a mi casa, al hall concretamente. Su olor a limpio es lo único de lo que soy cien por cien consciente.

-¡Un placer de nuevo, señor Miller! – Exclama mientras forcejea conmigo para abrir el pomo de la puerta. – Prometo que vendrá a casa pronto.
-¡Liam! ¡No! ¡Espera! – Le suplico.

Mi padre sale corriendo al pasillo y me mira. Se sorprende de que vaya en esa situación y arruga su frente. Le miro y encojo los hombros, yo tampoco sé de qué va todo esto.

El hombre sonríe y yo sonrío.

¿Qué tipo de fenómeno es Liam que, vaya donde vaya, saca sonrisas hasta en las peores situaciones?

Salimos hacia la pasarela de azulejos anaranjados y terminamos empezando a callejear por las calles de los chalets vecinos.

-Puedes soltarme ya. – Le sugiero a Liam.
-¿Cómo sé que no te escaparás? – Pregunta, casi sin poder respirar. Está haciendo un sobreesfuerzo.
-No lo haré. – Le digo.
-No, no estoy convencido. Necesito asegurarme.
-Te digo que no me iré, Liam. – Le contesto.
-Y yo te digo que no te creo.
-Creo que se me está bajando la sangre a la cabeza. ¡No me iré!  - Exclamo.
-Dime algo convincente.

Cojo aire mientras me doy tiempo para pensar en algo en lo que él pueda confiar. Para pensar en algo que le convenza de que no me iré.

-Te lo prometo. – Murmuro.
-¿Qué? No te he oído.
-¡Te prometo que no me iré! – Exclamo.

El chico se para en seco y, con cuidado, agarra mis caderas para resbalarme por su torso y, finalmente, soltarme en el suelo.

Estoy en frente de él y veo como pone sus dos manos en mis hombros. Subo los ojos para dar con los suyos y le veo rojo, sofocado.

-¿Me has prometido que no te irás? – Pregunta.

Asiento con la cabeza mientras arqueo una ceja. ¿He hecho mal?

-Entonces, debes cumplirlo. – Añade.
-No me voy a ir, Liam.
-Entonces, cuando veas a Harry en el instituto y estés conmigo, no puedes irte.
-¡¿Otra vez con el maldito tema?! – Exclamo.

Mi gesto ahora se cambia a total enfado, ¿Acaso solo quería traerme a estas calles para esto?

-Me has prometido que no te irás. – Dice.
-Que no me iré ahora.
-Debió haber especificado, señorita. Sino, ya sabe la consecuencia. El director estará encantado de saber a qué se dedica Styles.

Mi boca se abre poco a poco. Mi gesto es completa sorpresa.

Liam empieza a andar y me agarra de la muñeca para que yo siga su paso. Él va más apresurado que yo. Yo, simplemente, lucho por seguirle el paso, casi corriendo.

-Te estoy diciendo que no me voy a escapar. – Le digo intentando quitarle de mi muñeca.

Su piel es tan suave…

-¿Acaso no te das cuenta de que me da igual lo popular que sean esos chicos? – Me pregunta.
-Liam, yo no soy lo mejor para ti. Debes elegir estar con ellos.

El chico se para en un chalet que hace esquina. El número siete. ¡Vaya! Parece grande. Desde el exterior se ve una pequeña vaya con una puerta de barras marrones. Un pequeño pasillo detrás de esa puerta, el que termina en unas escaleras que llevan a la puerta de la casa. Al lado de las escaleras hay parte de la fachada, con una ventana.

Estoy haciendo el resumen cuando Liam coge mis hombros de nuevo y gira todo mi cuerpo hacia él.

-Debes saber que, en cuanto me subí en el autobús y vi la clase de personas que erais cada uno, elegí. Y creo que ahora mismo sabes a quien.

Si algunas personas en el mundo tenían un don destacado, eran tres: Einstein y la ciencia, Picasso y la pintura, y Liam y la agilidad de dejar sin palabras siempre. A quien fuese.

Después de decirme eso, se acerca a la puerta de hierro y saca un juego de llaves, las cuales busca y encaja a la ranura.

Pasa y espera apoyado en la puerta a que pase yo.

-Adelante, señorita. – Me dice.

¿Por qué me llama así? La elegancia ya la lleva en su sangre, no hace falta que lo muestre más.

Doy pasos cortos hasta pisar el suelo de piedra que decora la entrada. Aún sigo preguntándome dónde diablos estoy.

Liam se encarga de cerrar la puertecilla.

-Puedes subir las escaleras, esa puerta siempre está abierta.

Le hago caso y subo hasta coger el pomo de la puerta, la cual tiene dos ventanas, arriba y abajo. Son decoradas por líneas de aluminio blanco en cada parte de las ventanas.

Bajo el pomo y se abre. Ahora estoy en una especie de entrada en la que hay una puerta completamente blanca. Un felpudo a sus pies. A mi derecha, en la mitad de la pared de ladrillos, una ventana con el mismo diseño que la puerta por la que acabo de entrar. Debajo de ellas una serie de zapatos junto a un paragüero.

En la pared de la izquierda, tiestos colgados elegantemente.

-Ahora es mejor que me dejes a mí. – Me dice Liam.

Me giro y alza las llaves, dándome a entender que esa siempre está cerrada.

Le dejo paso y le persigo con la mirada, mientras él busca la llave que encaja en esa puerta.

No tarda ni dos segundos y lo hace. La puerta blanca se abre y Liam pasa.

-¡Ya estoy en casa! – Exclama.



lunes, 23 de diciembre de 2013

Capítulo 5.

Sigo tendida en el suelo, recostada en mi costado. Las lágrimas amenazan con salir de sus órbitas y parece que mis codos están siendo cada vez más débiles, parecen como si casi no pudiesen soportar mi peso.

De repente, me hundo y mi codo me falla, haciendo que todo mi peso se derrumbe en el suelo.

Estoy tumbada de lado en las baldosas pisadas por cientos de personas diarias. Mi pelo se extiende por el suelo y mi estómago se encoje cuando recuerdo la humillación que ha hecho Harry delante de todos.

Maldito bastardo.

Sin embargo, algo dentro de mí grita con todas sus fuerzas, con toda su alma, que Harry tiene toda la razón del mundo. Yo no soy alguien que beneficiará a la reputación de Liam; Directamente, yo no soy alguien.

Estoy mejor en el papel de amargada solitaria, en el papel de no ser nadie.

Oigo pasos detrás de mí, pero permanezco tumbada en el suelo del pasillo, donde no hay nadie.

Mis ojos cerrados intentando hacer más pequeño el sufrimiento recientemente vivido.

-¡Oh, Dios mío! – Exclama una voz femenina detrás de mí. -¿Qué diablos te ha pasado?

No me inmuto y, segundos después, en mi vista aparecen un par de botas camperas, marrones.

La chica toca mi hombro y gasta todas sus fuerzas en volver a ponerme erguida, al menos en el suelo.

Cuando vuelvo al mundo real, me doy cuenta de que es Nicole, la “prima pesada de Liam”

-¿Por qué estás en el suelo? – Exclama, preocupada mientras se pone de cuclillas a mi altura. – Parecía como si te hubieses desmayado.

Y agradecería haberlo hecho.

-Estoy bien. – Consigo decir.
-¿Bien? Estás llorando como una niña pequeña. ¿Seguro que estás bien?

Pestañeo rápidamente e intento disimular mi angustia.

-Sí, gracias.

La chica frunce su ceño y yo boto por dentro.

-No te conozco mucho, pero algo dentro de mí me dice que las personas no se quedan tumbadas en el suelo por sí solas.

Nicole se queda callada esperando alguna explicación que no va a llegar.

-Entiendo que no me lo quieras contar. – Murmura acompañada de un gesto de evidencia.
-Gracias. – Agradezco.

Apoyo mis muñecas en el suelo y consigo levantarme, a la vez que ella.

-No hay de qué. – Contesta.

Asiento con la cabeza y comienza a andar hacia las escaleras. Quizás su clase esté arriba.

-Oye. – Exclama parándose en seco.

La miro desde la distancia y arrugo la frente, expectante de qué querrá preguntarme.

-Supongo que Liam estará esperándote en clase. – Informa.

Asiento con la cabeza y dejo que se vaya.

¿Por qué yo no puedo ser así? ¿Por qué yo no puedo ser rubia, alta, y con unos ojos totalmente impresionantes? ¿Por qué yo no puedo ser un pivón de infarto, la cual tiene millones de amigos y muchas personas que no dejan de recibir halagos?

Resoplo y tardo dos minutos en llegar a mi clase. Llamo a la puerta dos veces, con golpes secos.

Escucho la voz de la profesora aproximarse a la puerta, y tengo un repentino miedo en el estómago.

La mujer abre la puerta y me encuentro con una alta e intimidante profesora de inglés. Me observa de arriba abajo y su gesto es totalmente frío y serio.

-Señorita Miller. – Musita, en un tono estricto.
-Buenos días, señora Kinston.
-¿Lleva usted reloj? – Pregunta.

Niego con la cabeza y ella arruga el labio.

-Debe. – Ordena.

Giro el labio y dirijo mi mirada al suelo.

-¿Puedo pasar? – Susurro, con miedo.
-Mejor piénseselo la próxima vez.

Subo la mirada y, sin querer, hago una revisión instantánea en mi cerebro de la clase. Después, mi mirada va a los ojos de la profesora, que contienen algo de enfado. Acto seguido, veo la madera de la puerta en mis narices.

Cierro los ojos y me siento en el banco que hay a la derecha de la puerta de mi clase. Pongo mi mochila a mi izquierda y entrelazo mis manos.

Hoy no se me viene a la mente sus rizos y su sonrisa perfecta, sino, analizo cautelosamente la imagen que fotografíe con mi mente en un solo segundo.

Lo primero que me encontré fue la chismosa risa que compartían Lilly y Carol al verme, una sonrisa maliciosa en la que compartían en forma de mirada con algo de complicidad con Harry. El triángulo de las bermudas quizás podría denominarse.

Me habían fastidiado el día, y quizás la semana.

Pero si algo podía distraerme de todo lo malo, eso era llegar a la parte de analizar a ese Liam algo intimidado por estar solo. A ese Liam tan frágil en el pupitre de al lado del mío, con su flequillo tan perfectamente peinado para el lado, alisado, con su gesto torcido y con algo de ilusión al verme aparecer por la puerta.

¡Maldita sea! ¿Por qué cuando al fin encuentro a alguien con el que me siento a gusto, no le convengo? ¿Acaso soy egoísta? ¿Acaso lo he sido alguna vez? ¡No! Ahora no será menos.

Lo mejor para Liam será que yo me aleje de él y que le deje ser alguien en este instituto. Conmigo no será nada más que una simple pocilga de persona, como la imagen que tienen todos de mí.

La idea de abandonar el instituto, al menos hoy, se me ilumina en forma de genial idea en mi mente.

Cojo mi mochila y la cargo sobre mis hombros, decidida a abandonar el instituto, o más conocido como cárcel para adolescentes.

El timbre me invade los tímpanos. Me sobresalto cuando me doy cuenta de que ya ha pasado todo el tiempo y que en dos segundos los pasillos se estarán invadiendo de gente.

Intento mandar una orden a mis piernas para que vayan más rápido, o que directamente corran, pero una respiración agitada y sofocada me frena.

-¡______! – Exclama detrás de mi alguien.

Cierro los ojos y tiemblo por dentro. Mi respiración ya es consciente de ese olor a limpio.

Me giro y le miro. Me encuentro de frente con sus pequeños ojos marrones, tan achinados como el día anterior.

-Liam. – Le digo, débil, con un gesto algo seco.
-¿Qué te ha pasado? ¿Por qué has llegado tarde?

Trago saliva e intento buscar una excusa. No contaba con que nadie se preocupase de por qué lo he hecho.  Ni siquiera contaba con volver a dirigir la palabra a Liam.

-Ah, bueno, yo…

De repente, alguien pasa a mi lado derecho, sonriente. Parece estar hablando con alguien más, y mi mundo se hace pequeño, más de lo que ya habitualmente es.

El demonio de ojos verdes, rizos y perfectos hoyuelos, viene acompañado de uno de sus mejores amigos.

Le miro con desgana y me hace un gesto, el cual yo entiendo perfectamente.

-...Yo creo que no te importa. – Añado a la frase que estaba intentando decir a Liam.

Su cara es totalmente de asombro y yo me arrepiento automáticamente de ser tan estúpida. Pero solo quiero su bien, y sé que yo no lo soy.

Harry me sonríe, satisfecho de lo que acabo de hacer. Automáticamente, pasa su brazo por el cuello de Liam y le conduce a la clase, donde quizás intente convencerle de algo.

Suspiro y recargo la mochila sobre mis hombros, convenciéndome de que he hecho lo mejor para él.
Comienzo a andar y me invado en un largo camino a pie, donde me espera como meta mi casa.

***

Continúo con el mando de la televisión en la mano, buscando algún canal que emita algo que sea capaz de distraerme de lo que tenía en mi cabeza.

Las llaves se escuchan intentando encajar en la puerta entonces. Quito la manta que me cubría el cuerpo parcialmente y comienzo a andar descalza por el salón, hasta llegar al pasillo de la entrada.

-Hola, papá. – Musito.

Mi padre me mira, asustado. Su mano va directa a su pecho y coge y suelta aire rápidamente.

-¡Dios mío! – Exclama. - ¿Qué diablos haces aquí, _____? ¡Casi me da un infarto por tu culpa!

Miro hacia el suelo y sonrío tímidamente. No era mi intención asustar a mi padre.

-No quería asustarte. – Digo.
-Siento decirte que lo hiciste.

El hombre me abre sus brazos, como de costumbre, y me invado en un abrazo que solo él me da.

-¿Qué haces aquí tan pronto? – Me pregunta.
-Bueno, me encontraba mal y decidí venirme a casa.
-¿Te encuentras mal? – Pregunta el hombre asustado.

Me alejo algo de él y veo como su mano se dirige a mi frente automáticamente. Frunzo el ceño y admiro cautelosamente todo lo que hace.

-¿Te duele el estómago, la cabeza, vómitos? – Pregunta mientras va a la cocina y comienza a buscar desesperadamente algo en los armarios.
-No, papá. Simplemente algo de malestar. – Contesto, persiguiéndole.
-¿Dolor de garganta, de pecho? – Continúa preguntándome mientras se acerca a mí con el termómetro.
-No. – Contesto.
-Póntelo por si acaso. – Dice.

Me tiende el aparato y lo pongo debajo de mi axila, sentándome en una de las sillas de la cocina.

-No te preocupes, papá. Estoy bien.
-¿Entonces por qué te viniste a casa? – Pregunta.

El termómetro comienza a pitar y yo me lo quito, tendiéndoselo a él sin mirarlo. Sé perfectamente que no tengo fiebre.

-No tienes fiebre. – Comenta.

Miro hacia el suelo arrepentida de haber abandonado las clases.

-______... ¿Seguro que te encontrabas mal? – Pregunta.

Trago saliva y ya no quiero seguir con la mentira. Aun que algo dentro de mí tampoco quiere seguir mintiéndole.

-Lo siento papá. – Me disculpo. – A  veces me queda todo esto demasiado grande.

El hombre mira hacia el techo y temo que sus ojos se estén empezando a inundar.

Niega con la cabeza y se acerca a mí, poniendo su mano encima de la mía, la cual estaba en la mesa de la cocina.

-No quiero que te sientas culpable por nada, ¿vale? – Musita. – Yo soy el culpable de todo.
-No, papá. No lo eres. Tú me salvas de todo lo demás.
-Soy una mierda, ______. Una mierda que no sabe ni siquiera poder ayudar a su hija cuando más me necesita.
-No, papá. Por favor.
-Soy un mal padre. Un asco de padre.
-No…
-Lo siento por ser así, te mereces algo mejor.
-¡No, joder, papá!

Mi intimidante grito hace que se pare de auto culparse. Mis ojos están empañados, completamente empañados.

Me levanto de la butaca de la cocina y salgo disparada hacia el jardín. Necesito tomar el aire.

Salgo tan rápido como puedo y apoyo mis dos brazos en el tronco del árbol que planté de pequeña con mi madre. Muchos años después, es un gran y fuerte árbol, como debería de ser yo, porque, eso es lo que queríamos conseguir con ese árbol, ¿no? Que ambos creciésemos a la vez, y ambos fuésemos fuertes y grandes.

Coloco el gorro de la sudadera en mi cabeza para evitar cualquier contacto exterior conmigo misma. Solo quiero hundirme más y más, sola. Sin nadie a quien joder o compadecer por mi culpa.

Quizás esté así alrededor de una hora, llorando yo junto a mi interior, gritando pero sin que nadie pudiese oírme, intentando limpiar toda la mierda que llevo encima.

La puerta del jardín se abre y yo cierro los ojos, no quiero hablar con nadie.

-______. – La voz de mi padre me llama. – Tienes visita.

Frunzo el ceño y me sorprendo en mi interior cuando escucho decir eso a mi padre. ¿Visita? ¿De quién?

Me giro cuidadosamente y veo que está acompañado de Liam. Me sorprendo aún más cuando la ligera sonrisa del chico permanece, aún viéndome en esta situación.

-Iré a preparar algo de merendar. – Dice mi padre. -

Ambos ignoramos como intenta el hombre dejarnos solos, y yo continúo perpleja junto al árbol.

El chico comienza a caminar hacia mí y yo me aferro más a mi interior.

-Hola… - Musita.

Trago saliva y le observo. No, su olor otra vez no.

-¿Qué haces aquí? – Pregunto totalmente fría.
-Creo que tenemos muchas cosas que aclarar. – Dice.
-¿Cómo cuales?
-Primero, llegas veinte minutos tarde a la primera clase, cuando cinco minutos antes de empezar, estabas conmigo. Segundo, Harry Styles se acerca a mí y tiene como principal tema de conversación soltar pestes de ti. Y tercero, y más increíble, Nicole te ve tendida en el suelo del pasillo, llorando, sola, en esos veinte minutos que debías de estar en clase conmigo. A primera hora. ¿Crees que no debes de aclararme nada enserio? 
-No creo que deba aclararte nada, solo te conozco de un día.
-Quiero que confíes en mí. Quiero ser tu amigo. ¿Acaso no te das cuenta? He venido directamente del instituto en cuanto he empezado a cuadrar todo.
-Aléjate de mí, Liam. No te voy a hacer ningún bien, ni a ti ni a tu reputación.
-¿Por eso todo esto?
-Te conviene irte con Harry y todos los de su grupo. Será mejor para ti. Yo ya estoy acostumbrada a estar sola, incluso lo prefiero. No quiero ser egoísta y privarte de que tú sí que puedas ser como uno más de ellos. Ellos piensan que tú podrás ser guay, tanto como ellos.

-¡Me da igual! Me importa tres mierdas los que ellos piensen de mí. Tú ahora estás sola, y, ¿Sabes qué? No pienso dejarte que lo estés más tiempo.

PD. ¡Hola amores! Aquí Nerea vuelve. Sé que este capítulo no ha sido gran cosa, pero quiero ir despacio en esta novela, para que todo sea perfecto. :) ¡Espero que no os hayáis olvidado de mi y que os guste Broken tanto o más como las demás novelas!